El santo del acordeón
Por Miguel Ángel Pérez Magaña
Hace pocos días una multitud de mexicanos ha tenido la dicha de ir a Roma para estar presentes en la ceremonia en que se declaró santo al Obispo Rafael Guízar y Valencia.En la historia de su vida se narra que cuando lo iban a fusilar pidió como última gracia algo de comer. Le dieron una torta y al terminar pidió otra. El oficial le preguntó por qué tenía tanta hambre. El señor Guízar le dijo que era músico, pero que había tenido que vender su instrumento. Fueron a una cercana casa de música, se robaron un acordeón y lo pusieron a tocar, lo cual don Rafael hacía de maravilla, con lo que los soldados quedaron encantados. Se lo llevaron a una francachela que terminó al amanecer y todavía le regalaron 25 pesos.Cuando se dieron cuenta de que habían sido burlados lo buscaron, pero lo confundieron con un italiano más o menos con su filiación, asesinando a éste, creyendo, muy contentos, que habían matado al señor Rafael Guízar.Rafael nació en Cotija, diócesis de Zamora, el 26 de abril de 1878, en la calle de Colón, 4 y fue bautizado al día siguiente en la parroquia nueva. Era el séptimo de once hermanos, siete mujeres y cuatro hombres.Su infancia transcurrió en aquella casa campirana, llena de trabajo, de actividad y de música, pues todos tañían algún instrumento. Rafael, desde muy pequeño, sabía silbar a dos voces, lo cual era todo un espectáculo. Su madre enseñó a todos sus hijos a amar a los pobres; además miraban el ejemplo del papá, que siempre se informaba con el médico quienes eran los más necesitados, para ayudarlos.Un día, de improviso, sintió el llamado de Dios ante una pequeña imagen de la Virgen.Una vez de acuerdo, Rafael pidió la bendición a su padre y se marchó al Seminario Mayor de Zamora, dotado con un excelente plan de estudios y doce catedráticos.Formó una orquesta y organizó un coro, componiendo alguna música para las solemnidades mayores. Promovió entre sus compañeros la comunión diaria -el reglamento la exigía cada mes- y la práctica de los Viernes Primeros.Por fin, en el templo de San Francisco en Zamora, el 1 de junio de 1901, se ordenó sacerdote a los veintitrés años de edad.En 1904 aprovechó sus vacaciones para ir a misionar a Tierra Caliente. Comenzando en Peribán, luego Tancítaro, en seguida Apatzingán, después Coalcomán y algunos otros pueblos. En todas partes, excepto en la última, encontraron odios, rencores, maledicencias, malas formas de vivir, pero al cabo de cinco o diez días lograban el padre Guízar y los sacerdotes que lo acompañaban que las comunidades confesaran, comulgaran y quedaran convencidas de mejorar su forma de vivir.Se fue al estado de Morelos y anduvo más de dos años entre los soldados zapatistas amparándolos espiritualmente, primero disfrazado de vendedor de baratijas y luego de médico homeópata. Hasta el propio Zapata le decía "doctor". Llegó el día, luego de que lo hirieron en una pierna, en que nadie creyó en sus disfraces y lo llevaron al paredón. Ahí, como última voluntad, pidió que lo dejaran regalar su reloj y cadena de oro que tiró lo más lejos que pudo. Mientras los fusiladores fueron a disputarse el botín, don Rafael se escapó.El Papa Benedicto XV había designado a Rafael Guízar y Valencia obispo de la diócesis de Veracruz, México.Fue preconizado el 1 de agosto de 1919 y consagrado en La Habana por el mismo delegado apostólico en la iglesia carmelitana de San Felipe Neri, el 30 de noviembre, en medio de una verdadera multitud.Durante los dieciocho años que fue obispo de Veracruz; recorrió tres veces su sede entera: sierra, costa y altiplanicie. De norte a sur. De montaña a mar. No obstante, sólo ocho años pudo vivir en Veracruz, pues dos largos destierros lo apartaron de ahí.Desde que en 1936 el Lic. Miguel Alemán Valdés se hizo cargo de la magistratura del estado de Veracruz, las cosas cambiaron de tono con gran alegría de monseñor Guízar y Valencia. Se reabrieron los templos, regresaron sus sacerdotes, las campanas tañeron con júbilo, el culto se reanudó y todo se facilitó para el señor Guízar.Tantos años de enfermedad, trabajos sin fin, persecuciones innumerables, destierros, sustos sin cuento frente al paredón, eso y mucho y más, por un lado. Por el otro, su eterno misionar, dar cuanto tenía, predicar, cuidados hacia sus seminarios, atención a los niños y a los pobres, confesiones por largas horas, viajes constantes y labores extra cotidianas para estar en continua ayuda y contacto con el pueblo de Dios, hicieron su efecto.El 6 de junio de 1938, a las 12:10 de la tarde, luego de haber dicho su misa en su habitación y de que su hermano Antonio le reimpusiera el escapulario de la Virgen de El Carmen, mientras le administraba la unción de enfermos, don Rafael entregó serenamente su alma al Señor. Todos decían: "ha muerto un santo".Doce años después de su entierro, con objeto de trasladar sus restos a la capilla de Santa Teodora de la catedral de Jalapa, donde ya reposaban los de sus antecesores, fue exhumado su cadáver, que estaba incorrupto.Naturalmente que esto fue motivo de gran júbilo y veneración, no sólo del pueblo veracruzano sino nacional, lo que retrasó varios días su reinhumación, que se realizó el 7 de junio de 1950.Su causa de beatificación que se inició el 4 de abril de 1974 ha tenido una feliz conclusión después de 32 años, gracias a Dios.
Epigrama
Por Luis Gutiérrez Medrano
Desde Vallarta vigilo mi gabinete
Exijo a mi gabinete
sobre todo a Güicho y Lupe,
nada de pachanga y chupe,
prohibido ponerse cuete.
A José, Memo y Mariano
les voy a recomendar
que se levanten temprano
y a tupirle a trabajar.
Y aunque ausente he de advertir
que si optan por el relajo
en vez de hacer su trabajo
los tendré que sustituir.
Hete aquí, que no hay opciones,
¡A trabajar, mis...!
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