Por Juan Flores García
La luna, aquella que en nuestra niñez nos poníamos a ver todos los chamacos, la misma que hoy brilla porque ella no se hace vieja, es la misma que nuestros padres y abuelos, por no ir tan lejos, también vieron. Mira la luna/ comiendo una tuna/ echando las cáscaras/ a la laguna/ esto cantábamos cuando nos juntábamos a jugar por la noche toda la muchachada. Tranquilos todos, sin apuración ninguna. Los muchachos nos poníamos a jugar canicas de aquellas de tan diferentes nombres, las canicas de cemento, el águila de vidrio, “el porche” que era de un solo color pero cada una de diferente color, “la macalota” más grande que usábamos de tiro, la más chiquita que le decíamos “la chirina”, luego las que ya estaban muy picadas, “la cacalota”.
Las humildes calles de aquellos tiempos, nos daban todo su anchor, de banqueta a banqueta si la había, o de pared a pared. En la tierra suelta marcaban el “bebeleche” para con el aire limpio de la tarde ponernos a jugar. Jugábamos a la “pájara pinta” a media calle los niños y niñas en noche de luna todos nos juntábamos tomados de las manos formábamos una rueda que abarcaba lo ancho de la calle. Dando vueltas en cadena, saltando y riéndonos y cantando: estaba la pájara pinta/ sentada en un verde limón/ con el pico cortaba la rama/ y con la cola meneaba la flor… ay si, ay no, cuando veré a mi amor/ cuanta ingenuidad teníamos, nada de malicia, todo era felicidad; no dejamos de acordarnos de siempre, como fuimos niños y cada día que pasa añoramos más todos estos juegos que a todas las generaciones nos llenaron el alma de niño con la esperanza de vivir para conocer la vida que nos esperaba.
En todos aquellos lugares que ocupábamos para jugar, había un ejemplo de cómo es la vida. En cada paso que dábamos o en la correteada que hacíamos, tomábamos un poco de vida. En este caso en que la luna no da el lugar para volver a cantar los juegos, porque el misterio de ella es seguro su belleza que nos llenaba el alma con su iluminación que transformaba todas las cosas en un ensueño. Mirando la luna el grupo de niños nos juntábamos, nos quedábamos sentados tratando de saber por qué no se caía. Oyendo a uno que pensaba que la luna era un monstruo feo que se asomaba a la tierra con esa blancura de la luz que bala a la tierra y no deja rincón sin alumbrar. El grupo de chiquillos en el que hay algunos con la camisa rota y el pantalón también, empezaban a sentir frío. Las muchachillas de la trenza sueltas y sin zapatos, se toman de las manos se sueltan y las palmean una con la otra y así una y otra vez, van calentando sus manos mientras andan: ron, ron, canastita de algodón/ si se enoja mi comadre/ se le parte el corazón/ ábrete granada/ si eres colorada/ ábrete membrillo/ si eres amarillo/ ábrete limón/ si tienes corazón… Mariquita ya está el pan?/ se está cociendo…/ se tocan unos a otros a ver quien las tiene más calientes.
Así en este juego que nos reunía en esa noche de frío perdidas en una noche que sigue también con las estrellas con frío. Así con aquella felicidad de las cosas limpias y sencillas de los cantos puros que son de gozo por la ocurrencia de cada uno. Luego los padres, sentados en las puertas de sus casas, pláticas de sus cosas de gente grande, de sus negocios, de sus quehaceres, en fin de todo lo que ellos ya habían gozado.
El mundo de los chamacos sigue, los más grandes tomados de mano danzan en rueda a lo ancho de la calle, juegan a “María Blanca”, los más chicos se forman en un grupo aparte, juntan sus manos en puños, las ponen una sobre otra, una voz pregunta a uno de ellos: Qué tiene ahí?/ un gusanito!/ Así de fácil, tanto juego que había, las niñas forman un grupo aparte, juntas a un lado de la calle con los pies sin zapatos y llenas de lodo su vestidito de olanes se ponían a cantar: El florón anda en las manos/ en las manos de…/ y el que no lo adivinaré/ será burro cabezón/ y corre florón/ que te alcanza viborón/. Así buscando la flor se pasa el tiempo, así fue el juego desde en la tarde y hasta que salió la luna con su blancura cubrió todo con su sábana de luz… No hace muchos años todavía se jugaban estos infantiles juegos que nos dieron vida sana y nos han permitido decir que así fue Tepa en tiempo.
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