El demonio nunca descansa

Por el padre Miguel Ángel
padremiguelangel@yahoo.com.mx

El 31 de enero se van a cumplir 130 años de haber muerto un gran santo que trabajó incansablemente para ayudar a niños, adolescentes y jóvenes.

Me refiero a San Juan Bosco, que repetía con frecuencia: “El demonio nunca descansa haciendo el mal a la humanidad, por eso yo no debo descansar”.

Desde niño, Juan Bosco rompió moldes en la santidad. Una verdadera personalidad que demuestra que la gracia de Dios no disminuye ni obstruye la naturaleza, sino al contrario, la levanta y perfecciona.

Juanito, siendo un niño de muy escasos recursos, aceptaba cualquier trabajo humilde para pagar sus estudios; pero nunca pensó sólo en su carrera, sino que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, sobre todo, a los muchachos que andan abandonados en la calle. Por ellos y para ellos, cantaba, jugaba, aprendía trucos de prestidigitación y con frecuencia los invitaba al templo parroquial, para rezar todos juntos.

A los 20 años de edad entró en el seminario de Chieri y fue ordenado sacerdote en 1841. Desde el principio de su trabajo sacerdotal. Buscó a los marginados, presos, enfermos, soldados y en particular a los muchachos abandonados de Turín. Su principio espiritual era: “El demonio nunca descansa para hacer daño a las almas; por eso yo tampoco puedo descansar en mi obra de salvación”.

Su método era: a través de la confianza, establecer un orden libremente aceptado por los muchachos, evitarles las ocasiones y las compañías malas, creando alrededor de ellos un ambiente de sana alegría.

Los muchachos aceptaron al padre, su regla de vida y lo amaron con verdadera gratitud. Sin medios económicos, Juan Bosco consiguió levantar hospicios, talleres y la construcción de un templo en honor de la Santísima Virgen.

No se le comprendió, al principio, en su apostolado. Algunos prelados de Turín trataron de llevarlo en una carroza hasta el manicomio. El ingenio de nuestro santo logró dar una buena lección a aquellos eclesiásticos, puesto que escapó de la carroza, que llegó al manicomio sin él. Jamás dudaron, en adelante, de la integridad de sus cualidades mentales.

La idea de fundar una Congregación para el cuidado espiritual y material de los muchachos, finalmente fue aceptada por el Papa Pío IX, en 1858.

Por la prudente dirección de San Juan Bosco, las escuelas y seminarios obtuvieron tanto éxito que, durante la vida del santo, surgieron unas 2,500 vocaciones sacerdotales y la fundación de una Congregación de “Hermanas de María Auxiliadora”. También promovió las vocaciones tardías para el sacerdocio en el mundo obrero.

En el conflicto entre Estado e Iglesia, nuestro santo atacó con valor, la intención de la masonería de suprimir toda la obra educacional católica y excluir a la Iglesia de la vida pública de la nación.

El santo enseñó que esa actitud discriminatoria era una clara violación de los derechos divinos y humanos. Hasta los ateos lo respetaron por su sinceridad, por su entrega noble a la causa de los más pobres y por su pobreza personal. Así pudo, por algunos años, actuar como intermediario confidencial entre gobierno e Iglesia.

Murió el 31 de enero de 1888 y con él se cumplió lo que él mismo había previsto: “Quien muere en el campo del trabajo, atrae cien más que lo reemplacen”.

En el año de la muerte del fundador, los salesianos contaban ya con 200 casas religiosas, en las cuales atendían a un total de 2,000 alumnos.

¡Cuánta falta hacemos sacerdotes que nos dediquemos a la juventud como lo hacía San Juan Bosco!

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