Peregrino en la tierra de Cristo

Por el padre Miguel Ángel
padremiguelangel@yahoo.com.mx

Desde su primera Navidad como Papa, Juan Pablo II había manifestado su profundo deseo de viajar a Tierra Santa. Tuvo que esperar 22 años antes de poder realizar el sueño de pisar las huellas de Abraham y de Jesús. Logró hacerlo, anciano y cansado, apoyado en su bastón, durante el jubileo convocado para recordar los 200 años del nacimiento de Cristo.

El Papa sí logró llegar al monte Sinaí. No subió hasta la cima donde Dios le entregó los 10 mandamientos a Moisés: revivió ese evento bíblico en el monasterio de Santa Catalina.

El Papa que en varias ocasiones había sido calificado como “Nuevo Moisés”, reafirmó en el monasterio en el que se guardan los restos de Santa Catalina y las raíces de la zarza ardiente de Moisés, que las tablas de la ley no han perdido su validez y su actualidad. Visiblemente conmovido Juan Pablo II, en la montaña sacra del Sinaí afirmó que los 10 mandamientos no son la imposición arbitraria de un Dios tirano sino que éstos representan la única base auténtica para la vida de los individuos, de las sociedades y de las naciones. Se manifestó convencido de que constituyan el único futuro de la familia humana, porque la salvan de la fuerza destructiva del egoísmo, de la mentira y del odio; del afán de poder y de placer que degradan la dignidad humana. Desde el monasterio de Santa Catalina, respetado por los musulmanes y cargado de significado para judíos y cristianos, el Papa dirigió un apremiante llamado a las tres grandes religiones monoteístas para que incrementaran y mejoraran su diálogo con el objeto de servir a la humanidad. Juan Pablo II manifestó la esperanza de que en el nuevo milenio el monasterio del monte Sinaí se volviera un faro luminoso que permita a las diversas iglesias conocerse mejor y redescubrir lo que las une.

Al llegar a Belén el Papa besó la tierra, como lo hacía cada vez que llegaba a un país soberano. Ahí fue recibido por el líder palestino Yasser Arafat que lo acogió con conmoción recordando a Jesús, “profeta del amor”.

El Papa visitó el muro de las Lamentaciones el último día de su estancia en Tierra Santa. Ahí presenciamos una escena extraordinaria. Después de haber rezado durante largo rato frente al muro, el Papa, apoyándose en su bastón, se acercó a éste, puso una mano encima de las piedras, y luego, con uno de esos gestos inolvidables, fruto de una intuición excepcional, Juan Pablo II puso un papelito en una fisura del muro. En este pedía una vez más perdón por el comportamiento de aquellos cristianos que a lo largo de los siglos provocaron el sufrimiento del pueblo judío y se comprometía a que estos vivieran en auténtica fraternidad con el pueblo de la alianza. Ese gesto fue más valioso para los judíos que un documento completo sobre la relación judeo-cristiana.

En Tierra Santa, el Papa también fue a Nazareth, estuvo lleno de emoción en el lugar donde de acuerdo con la tradición, el ángel Gabriel se le apareció a María. Con mucho esfuerzo logró arrodillarse y besar el piso. Ahí estuvo meditando durante largos minutos. Visitó el huerto de los olivos, el lago de Galilea, fue al Santo Sepulcro.

Quiso subir solo, sin ayuda, hasta la capilla del Calvario. Ahí permaneció rezando durante 20 minutos. Con esa oración finalizó su viaje a la tierra de Cristo.

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