No sé rezar muy bien

Por el padre Miguel Ángel
padremiguelangel@yahoo.com.mx

Cuentan que un sacerdote hacía un recorrido por la iglesia al medio día. En ese momento se abrió la puerta, el sacerdote sintió desconfianza al ver a un hombre acercándose por el pasillo.

El hombre vestía humildemente. Se arrodilló, inclinó la cabeza reverente por unos momentos, luego se levantó y se fue.

Durante días, y de manera constante, regresó siempre al medio día, se arrodillaba brevemente en el templo y lego volvía a salir.

El sacerdote, un poco temeroso, empezó a sospechar que se tratara de un ladrón, por lo que se puso en la puerta de la iglesia y, cuando el hombre se disponía a salir, le preguntó: ¿qué haces aquí?

Él le respondió que trabajaba cerca y que tenía media hora libre para comer, momento que aprovechaba también para rezar. “Sólo me quedo unos instantes, así que me arrodillo y digo:

“Señor, sólo vine nuevamente para contarte cuán feliz me haces cuando me liberas de mis pecados… No sé rezar muy bien, pero pienso en Ti todos los días… Así que:
Jesús, éste es Juan reportándose”.

El padre, sintiéndose avergonzado, le dijo a Juan que estaba bien, que era bienvenido a la Iglesia cuando quisiera.

El sacerdote se arrodilló ante el altar. Experimentó alegría espiritual, en su silencio, con el gran calor de amor sencillo de un hombre; mientras su corazón latía conmovido y, al igual que Juan, repetía la plegaria:

Sólo vine para decirte: Señor, qué feliz soy desde que te encontré a través de mis semejantes y me liberaste de mis pecados… No se muy bien cómo rezar, pero pienso en Ti todos los días… Así que:

“Jesús, soy yo, reportándome”.
Cierto día, el sacerdote notó que el viejo Juan no había venido.

Los días siguieron pasando sin que Juan volviera para rezar; por lo que el padre comenzó a preocuparse y un día fue a la fábrica a preguntar por el; allí le dijeron que Juan estaba enfermo, que pese a que los médicos estaban muy preocupados por su salud, todavía creían que tenía una oportunidad de sobrevivir.

La semana que Juan estuvo en el hospital, ocasionó muchos cambios. Sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La enfermera no podía entender por qué Juan estaba tan feliz, ya que nunca había recibido flores, ni tarjetas, ni visitas.

El sacerdote se acercó junto con la enfermera el lecho de Juan, y ésta le dijo, mientras Juan escuchaba:

-“Ningún amigo ha venido a visitarlo, él no tiene a quién recurrir”.

Sorprendido, el viejo Juan dijo con una sonrisa: “La enfermera está equivocada padre, pues ella no sabe que todos los días, desde que llegué aquí, a medio día, un querido amigo mío me viene a visitar, se sienta en la cama, me toma de las manos, se inclina sobre mi y me dice:

“Sólo vine para decirte Juan, cuán feliz fui desde que encontré tu amistad y te liberé de tus pecados, siempre me gustó oír tus plegarias, pienso en ti cada día… Así que: Juan, este es Jesús reportándose”.

PD. No podemos perder la oportunidad de decirle a Jesús:
“Aquí estoy… reportándome…”

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