Padre Miguel Angel

Una mujer que no era feliz

Por el padre Miguel Ángel
padremiguel@yahoo.com.mx

Estamos llegando ya al tercer domingo de la Cuaresma en el cual se nos presenta el diálogo de Jesús con la samaritana.

Jesús llega al pozo de Sicar a mediodía, a la hora en que el calor había llegado a su grado máximo. Se sentía fatigado y sediento por la marcha.

400 años de odio y antipatía dividían a los judíos de los samaritanos. “No hay derecho a odiar a la gente de hoy por lo que hicieron sus antepasados”, decía el Papa Pío Doce, hablando de los nacionalismos. En estos odios nacionalistas sí que se cumple la antigua fábula del lobo que dice al corderito: “Te odio, por llenarme de barro el agua que estoy bebiendo” y el corderito le responde: “¿Pero cómo es posible que yo llene de barro el agua que tu estás tomando, si estoy bebiendo en un sitio del río, más bajo de donde estás tú?”. Y el lobo responde: -Sí, pero es que una vez, tu abuelo sí llenó de barro el agua de mi bebida, porque él estaba bebiendo más arriba que yo, por eso te odio a ti…” Esos odios gratuitos e injustificados que dividen a las gentes en partidos y nacionalismos, por hechos pasados de los cuales la generación actual no tiene responsabilidad, esos odios, quiere hacer, Jesús desaparecer.

Para un judío esta escena era sorprendente. Ver a un israelita puro, hablando con una samaritana tan despreciada. Ahí está el Hijo de Dios: cansado, agotado, sediento, y sin embargo escuchando a una pobre mujer. Aquí está Jesús rompiendo las barreras del nacionalismo, del partidismo. Aquí está el comienzo de la universidad del evangelio: aquí está Dios amando a todo el mundo, no en teoría, sino en la acción.

La Samaritana parece decirle: no veo en tus manos ni lazo ni vasija para sacar el agua. ¿Es que te crees más que nuestro padre Jacob que cavó este pozo tan hondo?

Cinco maridos ha tenido, y es joven todavía. Quizás es seductora para los hombres pero los decepciona pronto. Los deja tan fácilmente como los conquista. Ha sido repudiada y ahora no teniendo con quien casarse, vive con uno que no es su marido. Probablemente tiene buen corazón pero sus costumbres son frívolas y descuidadas. Esa vida desordenada la conocen todos en ese pueblo, pero que un extranjero la sepa… eso sí le llama la atención.

¿Por qué venía al pozo de Sicar aquella mujer, si el pozo está a un kilómetro del pueblo, y en el pueblo había también pozos? Misterios de la Providencia que lleva a las personas a donde les está esperando la llamada de Dios.

Las palabras de Jesús llegan como un tiro certero. Le pegan directamente en el corazón y la estremecen. Deja de esquivarse y se pone seria. Reconoce que tiene frente a sí a un hombre de Dios. Señor: eres un profeta, mientras que yo soy una miserable pecadora…

Y hay un detalle en el que la samaritana se asemeja a nosotros: no era feliz en su vida de pecado. Con cinco maridos y su corazón no había encontrado la felicidad. A pesar de nuestra búsqueda de placeres, nuestro corazón sigue agonizando de sed.

Jesús toma la iniciativa. Al hablar con la samaritana va contra tres prejuicios de ese entonces: (y quizás de ahora): prejuicio racista, prejuicio antifeminista, y prejuicio religioso.

Jesús le revela dos verdades: Que Él trae el agua que lleva hasta la vida eterna (sus enseñanzas) y que al Padre hay que adorarlo en espíritu y verdad.

La mujer aprovecha aquella circunstancia para salir corriendo a la ciudad a hablar de Jesús. Se fue con una idea fija y con prisa por comunicarla a todos los que encontrara: avisar que había llegado un profeta, y hacerlos salir a saludarlo, antes de que Jesús y sus discípulos, al terminar el almuerzo, siguieran su camino.

La Samaritana se sentía mucho más conmovida de lo que se había manifestado externamente ante Jesús. Sentía el ascendiente y el encanto del profeta que había leído en su corazón, y le había descubierto su pobre vida… una luz ha brillado en su espíritu. Jesús le ha revelado que El es el Mesías, el Salvador del mundo.

Ella va de puerta en puerta invitando a todos a que salgan a saludar a Jesús. Hay una valentía y un desinterés que la honran.

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