Su Cara brillaba como el sol

Por el padre Miguel Ángel
padremiguelangel@yahoo.com.mx


El segundo domingo de la Cuaresma nos presenta el pasaje evangélico de la transfiguración en el monte Tabor.

Este pasaje del Evangelio de hoy cala profundamente en las almas y en verdad que nos sentimos impresionados ante esta visión gloriosa de Jesús, que los tres afortunados discípulos lograron presenciar. ¿Quién de nosotros no desearía haber estado allí presente aquel día?... Pero esta visión y aún más hermosa y duradera, nos espera en el cielo. Somos ciudadanos del cielo y allá iremos a contemplar a Jesús y a hablar con El como Moisés y Elías dialogaron en el Tabor, y como sus discípulos le hablaron en sus amigables conversaciones. Y esto no por unos momentos sino para siempre. Por eso la esperanza nos mantiene alegres.

Estos fueron los únicos tres que asistieron a la resurrección de la Hija de Jairo y los únicos que estarán junto a Jesús en la agonía del Huerto. Los quiere ir preparando para esa hora crucial que podría desquiciarles su fe. Son tres incondicionales. Con esa clase de entusiastas por Cristo (aunque llenos de defectos y miserias) es con los que Jesús sigue haciendo siempre sus obras en el mundo.

Para estos discípulos que estaban aterrados por los continuos avisos de Jesús acerca de la Pasión que le esperaba, esta aparición era muy necesaria para llenarles de ánimos. Y en la transfiguración todo es Gloria. Desde el principio hasta el final la clave de este episodio es la Gloria. El rostro de Jesús brillaba como el sol, y sus vestidos relucían como la luz. Todo buen judío conocía la promesa de Dios a sus amigos. "Su rostro brilla como el sol".

Pedro dijo: qué bueno es estar aquí. Hagamos tres campamentos...

Pero en la vida terrenal estos goces deslumbrantes son pasajeros. Hay que bajar otra vez a la llanura y seguir aguantando, sufriendo y trabajando. Porque todavía no hemos llegado al sitio del descanso definitivo. Antes tendremos que pasar por el calvario de muchos sufrimientos...

A San Pedro se le grabó de tal manera esta escena de la transfiguración que muchos años después escribiendo a todos los discípulos excalamaba: "Nosotros hemos visto con nuestros propios ojos la Majestad de Nuestro Señor Jesucristo, porque recibió de Dios honor y fama cuando la sublime Gloria le dirigió ésta voz: “Este es mi hijo muy amado en quien me complazco, escuchadle" Nosotros mismos escuchamos esa voz venida del cielo, estando con El en el monte santo.

Se les aparecieron Moisés y Elías: las dos grandes figuras del Antiguo Testamento: Moisés que simboliza la Ley y Elías que representa a los Profetas. Para demostrar que Jesucristo está totalmente apoyado por la Ley y los Profetas, las dos grandes fuentes de autoridad para todo bien israelita.

Ambos personajes tuvieron sus más grandes experiencias acerca de Dios en una montaña. Moisés en el monte Sinaí recibió las Tablas de la Ley. Elías en el monte Horeb encontró a Dios, no en el terremoto o en el huracán, sino en la suave brisa. El final de la vida de cada uno de estos dos grandes personajes tuvo algo de misterioso. A Moisés parece que Dios mismo hubiera querido darle sepultura y a Elías lo llevó un carro de fuego. Eran dos personajes demasiado grandes como para verlos morir de una manera ordinaria. Y ellos vienen a acompañar a Jesús que viaja a Jerusalem hacia su muerte, la más extraordinaria de las muertes.

Para un israelita Moisés significa la Ley. Es el mayor de los legisladores. A quien Moisés aprueba ya queda definitivamente aprobado. Y Elías es el profeta más famoso. Ser aprobado por Elías ya es la consagración total. Esta aparición es como decir: las dos más grandes figuras de la historia de Israel se acercan a Jesús, le dan su bienvenida, y su aprobación total, y lo animan a continuar su viaje. El mayor de los legisladores y el más famoso de los profetas reconocen a Jesús como aquel en quien habían soñado, como aquel a quien habían anunciado, como aquel a quien ellos pondrían de modelo para todos los que quieren ser aceptados por Dios.

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