¿Cómo vemos la muerte?

Por el padre Miguel Ángel
Padre.miguel.angel@hotmail.com

Los mexicanos nos reímos de la muerte en las “calaveras”, que son versos y caricaturas que el 2 de noviembre aparecen en periódicos y revistas con que el pueblo se burla de los personajes y personajillos vivos, a veces demasiado, del lugar. Aquí nos comemos a la muerte figurada en calaveras, tibias y peronés de azúcar y de pan.

Al lado de esta actitud familiar y risueña con que el mexicano ve a la muerte, y aún su propia muerte –“si me han de matar mañana, que me maten de una vez”-. Es preciso añadir la otra actitud de hondura religiosa, que proviene de nuestra doble raíz indígena y española.

Aquí exhibimos un cadáver, lo velamos el mayor tiempo posible mientras los dolientes y amigos pasan una noche agradable bebiendo café con piquete, lo inundamos de coronas, le tiramos cohetes de fiesta, lo conducimos al cementerio a vuelta de rueda para que nos dure el gusto, le erigimos un monumento muy alto para que se sepa que tenemos muerto enterrado y el Día de Finados le llevamos una opípara comida que nunca tuvo mientras vivió, de la que luego habrán de dar cuenta los siempre flacos y amarillentos sepultureros.

En otros países se vacía a la muerte de su contenido religioso y se la deja fríamente laica; en México se la rodea de un ritual minucioso que sin duda cuenta el peso de la tradición, pero aún así se advierte su impregnación religiosa, aún los que en apariencia vivieron al margen de la Iglesia, resulta que cuando mueren, todos mueren “en el seno de la Santa Madre Iglesia, confortados con los últimos sacramentos y la bendición papal”.

Más que por mitos de sensibilidad, por razones religiosas, a la psicología del mexicano no la convencen los hornos crematorios, ni acaba de entender que para recordar a un muerto baste “un minuto de silencio”, esa novedad extranjera y vacía. A un humorista se le ocurrió hacer una encuesta después que en una plaza de toros se pidió al público guardar el famoso minuto de silencio por un torero caído en el ruedo. ¿En qué pensó usted durante ese minuto? Las respuestas fueron tan pintorescas que hubieran incitado a la carcajada, si no tratara de una realidad tan seria como la muerte.

Y eso que ya sólo es cuerpo, sin el motor vital del espíritu, reclama toda una congregación de actos religiosos: la bendición de la sábana para amortajarlo, la redacción de la esquela que participa el deceso con expresiones de conformidad a la voluntad divina, el crucifijo que es el único adorno de la caja, las velas benditas o el cirio pascual con que se alumbra el cadáver, los responsos con que viene a orar el sacerdote o en lugares apartados el “rezandero” especializado en oraciones fúnebres, el doble de las campanas que llama a la misa del cuerpo presente, la bendición de la tierra con que se cumple todo ese delicado y amoroso ciclo que el mexicano entiende necesario para dar a sus muertos cristiana sepultura.

Luego vendrán los rosarios por el difunto que por nueve días consecutivos congregan a los dolientes, las misas en el aniversario de la muerte, la devoción popular a las benditas almas del purgatorio, con el añadido supersticioso del ánima sola, y el afán de colocar el monumento o lápida coronada por la esperanza de una cruz.

Cada vez que un mexicano recuerda a un difunto en la conversación, añade al nombre las frases piadosas, “Dios lo haya perdonado”, “Dios lo tenga en su gloria”, “en paz descanse”, “que de Dios goce”.

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1 Comentarios

  1. Le faltó decir a Miguel Angel algo más sobre la muerte. El cura cortó abruptamente su fúnebre artículo. Sobre todo no nos dijo como ven la muerte los sacerdotes. ¿Les importa encarar a Dios sobre todo después de los abusos cometidos a los niños?

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