Lo tradicional

Por Juan Flores García

Comenzaré a escribir hasta terminar el tema de hoy. Pero, ¿qué escribiré? Esta pregunta me hace recordar cuando abundaban por el pueblo por todos los barrios aquellas tan mencionadas cenadurías donde nos servían los tradicionales antojos. La época se prestaba para acudir con toda la familia para cenar a llenar, con unos cuantos pesos de los del año de 1946-1971, contando de la primera fecha a este 2009, 63 años y de la seguna a la actual, 38 años.

Nuestra ciudad se fue haciendo grande cada vez más y más, envejeciendo. Los rápidos cambios sociales y tecnológicos están produciendo cambios en los valores, afectando las tendencias en las generaciones; antes eran los viejos quienes transmitian las costumbres, conocimientos y responsabilidades a las nuevas generaciones, ahora son los amigos o compañeros quienes dan sus puntos de vista a los jóvenes.

Señalamos esto ligando a las fechas marcadas; la juventud de una familia compuesta por don Magdaleno Padilla, su esposa Agapita Báez, y sus hijos María del Carmen, María Guadalupe, José Luis y José Refugio. La ocupación original de don Magdaleno era de vendedor de agua que sobre el lomo de seis burros, que acarreaba en cántaros para tomar y entregaba en las casas a cinco centavos que vaciaban en nuestro cántaro con aquella destreza que manejaban sin tirar una gota de agua.

La casa de esta familia estaba ubicada al inciar la calle de Allende, amplia, de zaguán extenso con banco de material a los lados en que se sentaban o ponían monturas de los animales. Pues en ese tiempo, ya mejorada la situación económica, permitió emprender pequeños negocios caseros con ayuda de la familia. Así fue como doña Magdalena, en su casa se dedicó a vender cena, una variada cantidad de antojos que elaboraba exquisitamente ganando una numerosa clientela, dejando así don Magdaleno el oficio de aguador para ayudar haciendo las compras y demás quehaceres que de él dependía el negocio.

La especialidad de doña Agapita estuvo en la elaboracion de los tamales. Al paso de los años, se establece el Consejo de Caballeros de Colon, Anacleto González Flores y se tuvieron aquellas concurridas cenas y el platillo favorito fue cenar tamales. Se consumian de 400 a 500 con un valor de 20 centavos cada uno y a doña Agapita se le mandaban hacer, y se servían con el exquisito atole, o acompañado con aquel sabroso refresco que conocimos aquí en los comercios que se anunciaba: “Una bebida que gusta a todos, el niño, el joven, el hombre, el anciano… todos piden y beben con gusto, el exquisito Orange Crush”, era de sabor naranja y tubo mucha aceptacion.

Particularmente, los miembros de Caballeros de Colón en su mejor época, disfrutamos de aquellas alegres veladas que pasaron a la historia, organizadas por el amor y entusiasmo que ponían quienes ya Dios los llamó a su Gloria Eterna.

El tiempo se encarga de hacer cambios notables y quedó hermanado lo que ocurrio en esta orden del Consejo de Caballeros de Colon, al recordar una vez más, a esta institucion de beneficio social. Pura vida y dulzura recordar estos momentos vividos en estrecha armonia compartidos en esos acontecimientos llenos de sinceridad, de buena voluntad, de compañerismo, de espiritualidad que se gozaba dentro de una vieja casona que empezó a ser mutilada, dividida con una supuesta buena intención: reducir para “amplear” para hacer mejoras y brindar mejor estancia a los socios e invitados debido a los constantes eventos sociales para recabar fondos.

Así fue como se establecio el contacto comercial de buen gozar de un buen preparado y variado tan usual por aquella época antojo, para una buena cena con doña Agapita Baez y su esposo Magdaleno Padilla, orgullo de sus hijos que sobreviven, Jose Luis y Carmela.

Y con esto decimos que asi fue Tepa en el Tiempo.

Agradecemos sus comentarios a jofloreso@prodigy.net.mx

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