Testigo y poeta: Padre Antonio Flores

Por Oscar Maldonado Villalpando
Escudriñando el horizonte hacia el rumbo del espíritu, sobre las huellas del misterio, empeñosamente el Padre Antonio Flores Flores, desde hace algunos años, al amainar las horas de intenso calor y de vigilia en las labores del Señor, ha tomado la pluma para trazar la bella acuarela de la historia que le ha tocado vivir.

Devotamente se ha revestido con la consigna del poeta Enrique González Martínez, que aconseja:

“Irás sobre la vida de las cosas” “Y que llegues por fin a la escondida playa con tu minúsculo universo, y que logres oír tu propio verso en que palpita el alma de la vida” Y el Padre Toño, así lo ha hecho, en sus propios versos. Ha abordado el romance y se ha puesto el enorme reto y, de esa forma, traslucir la vida y los acontecimientos que tienen gran significado espiritual para nuestros tiempos. Ya son varios libros en prosa y en verso. Él si que cumple el anhelo de dar fe de la historia, que es gratitud, que es un inmenso valor. Se nota, se percibe la alegría de vivir y, sobre todo, la del deber cumplido. Él mismo nos lleva a los finales del siglo XIX donde se encuentran los cimientos de su época. Historia de fe, de trabajo, de responsabilidad, plataforma de un mañana distinto. Nace en Zapotlán del Rey el 10 de mayo de 1923. Y empieza la forja, se va fraguando el joven en el trabajo, en la responsabilidad, en la ilusión. Cómo embelesa la sinceridad de su testimonio sobre su encuentro con Guadalajara, sus primeras vivencias del Seminario de San Sebastián y luego de San Martín, 1939. Montezuma en 1944. Asciende al sacerdocio el 8 de marzo de 1952 en Guadalajara de manos de don José Garibi Rivera. Ilusionado caballero de la fe parte a establecer el Reino inflamado por los vientos del Evangelio, dice que cuatro días después de su ordenación, va a Jalpa de Cánovas, orgulloso reducto de la Arquidiócesis de Guadalajara, en tierras de Guanajuato. Un paraje como el de su región, hacienda tradicional, huertas de nuez, de membrillo, una hermosa parroquia de estilo gótico alemán. Eran tiempos heroicos de luchar para liberar de la ignorancia y de la pobreza. El padre Toño así lo hizo.

De 1955 a 1963 ejerce su ministerio en Jamay, y vuelve a la región alteña en 1963 como párroco de San Miguel de Cuarenta. En poco tiempo deja imborrables recuerdos en toda la comunidad.

Lleva al Seminario al P. José Rodríguez, fortalece la formación en aquellos que había iniciado el Padre Palacios, hombres de bien. Siembra las inquietudes por el futbol, dados sus ímpetus deportivos y juveniles. En 1965 pasa a Teuchitlán y establece época de amistad y aprecio que perdura. En 1978 es destinado al templo del Carmen hasta 1981. Y de Ahí a Santa Cruz de la Huertas hasta 1985. Y en Loma Dorada hasta 1988. Santo Niño de Atocha hasta 1995. Y por fin se establece en la parroquia de Santa Elena de la Cruz. El Padre Antonio Flores ha escrito su testimonio en varias publicaciones. Memorias, Bodas de Oro, luego tomó el tema de los Santos Mártires de la Persecución Religiosa en México, en verso. No es ociosa su labor con las letras, en los poemas sobre cada uno de los mártires estás sus datos, los hechos, así que en el verso va la enseñanza y la historia. Luego abre su horizonte y trata en magníficos versos “LA CRISTIADA” en este año. Ya está en prensa el libro sobre los Beatos Mexicanos. Y ahora, sale a la luz la historia en verso de San Rafael Guízar y Valencia.

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