Ojos Argentinos: ¿Y ahora, quién podrá defenderme?


¿Y ahora, quién podrá defenderme?


Me confieso: me la paso quejándome cuando voy de compras.


En algunas tiendas o negocios parece que a los consumidores nos trataran de idiotas. Eso me desespera y estallo.


Veo que acá en Tepa, en general la gente nomás carga un producto, si es un comestible casi nunca los veo fijándose en la fecha de caducidad; cuando le dan el cambio, muchos ni lo cuentan.


Primero voy a contarles algunas de mis desventuras en Argentina y cómo se resolvieron en algunos casos.


En mi casa se consume mucho el té, y compramos habitualmente, una cajita de 50 saquitos. Mi mamá los saca de su caja y los guarda en un frasco y se toma la molestia de contarlos uno por uno. Y qué sorpresa se llevó al ver que le faltaban 2 saquitos.


La caja tenía un número de atención al cliente (allá comienzan con 0-800) y llamó. La atienden muy bien, y le piden que guarde la caja para ver los datos del lote y que en los siguientes días pasaría un mensajero a retirar la cajita. Así fue, llegó un señor a los dos días y le dejó a cambio una bolsa con dos cajas de té de las mismas que había comprado mi mamá, y 4 cajas de otros productos nuevos para que los probara, totalmente gratis.


En otra oportunidad, para mi boda regalé chocolates y compré varias cajas. En esa época, había una promoción de esa marca de chocolates donde había que mandar mensajes de textos o enviar vía internet los códigos que aparecían en los envases (eran el número lote y la fecha de vencimiento). Total que en una de las cajas, 40 chocolates no tenían código. Llamo al 0-800 y les explico, me pidieron que no tirase las envolturas de los chocolates y que un mensajero pasaría por ellas. Así fue, y como en el caso del té, me enviaron 40 códigos por escrito para participar en el concurso y además una caja de otros chocolates, gratis.


Por último, les relato una más de las tantas en las que mi mamá y yo nos hemos quejado.

Resulta que mi mamá usó hasta el año pasado un anillo de oro que fue de mi abuela mientras vivió. Es bonito, tiene algunos detalles y le faltaba una piedra.


Mi hermana un día se le ocurre pedírselo para llevarlo a reparar, no se había cortado ni nada, nomás los detalles que tenía por fuera que los arreglasen. La cosa es que, le costó bastante caro el “arreglito” y cuando lo retiran, ya no le entraba.


Mi mamá fue hasta la joyería, buscó a la empleada y le explicó, y ésta, le dijo que seguramente tenía el dedo hinchado: “¡Pero qué dedo hinchado, ni qué dedo hinchado!” le contestó mi mamá, mientras que le explicaba que lo usó por más de 30 años hasta el día en que lo llevaron a reparar.


La encargada del lugar le dijo que arreglarlo le costaría más dinero y mi mamá se puso Flavia, digo… furiosa. Fue hasta las oficinas de Defensa del Consumidor, a unas cuadras de allí, a dejar su queja. Inmediatamente la atendieron, ella les explicó el caso, y la persona le dio fecha para citarse con los dueños de la joyería para aclarar el caso.


Así fue como 3 meses después, se encontraron en Defensa del Consumidor, abogados mediante, y los dueños de la joyería acordaron arreglarle el anillo sin costo alguno.


Es cuestión de quejarse, y no quedarse en la queja sino hacer valer tus derechos como consumidor.


En esas mismas oficinas, fui a quejarme en varias oportunidades: por un pantalón que me vendieron que era la talla que pedí pero me cambiaron el modelo y no querían devolverme el dinero; también fui por un curso que pagó mi hermana y en el cual no recibió todo lo que habían prometido los profesores ni el tiempo en que lo harían, entre otras quejas. En todos los casos me regresaron el dinero pero recién cuando les llegaba la citación a los dueños de las empresas.


Y aquí en Tepa…


No se crean que acá en Tepa no me han pasado cosas, pero no corrí con igual suerte.


Voy a contar primero lo que me pasó en un supermercado de esta ciudad. Apenas había llegado a vivir a Tepa y no sabía qué comer, entonces me fui a este súper, a ver qué encontraba. Veo unas piernas de pollo que parecían buenas, al menos de color se veían bien. Estaban envasadas y al llegar a mi casa para cocerlas me doy con que tenían un olor a podrido espantoso. Y estaba muy furiosa pero me contuve para no volver y armarles un escándalo. Todo porque mi mamá me pidió que no fuera tan quejosa acá.


No volví a comprar carne allí.


En el mismo súper, compré una batidora de mano y al llegar a casa, la enchufé e hizo una explosión en la zona del motor. Me llevé el susto de mi vida, porque precisamente al comprarla le pregunto a la cajera si tenía garantía y dijo que pasara por atención al cliente y sellara mi ticket y cuando me lo sellaron le dije:”Gracias, a ver si no me explota esta cosa y luego cómo la cambio, ¿no? “. Como si fuera adivina.


Esta vez sí fui a reclamar pero resulta que no te devuelven el dinero. Te lo cargan en tu tarjeta como dinero electrónico. O sea que si decido no comprar más en ese lugar, me embromo y pierdo el dinero.


Ya no fui a comprar carne ni una batidora de mano pero se me antojaron las empanadas de atún que venden en la sección panadería. Más que antojarme, eran las cero ganas de cocinar que siempre traigo.


Ya las había probado y me gustaban, pero una vez tenían chile y se lo tuve que quitar para poder comerlas. Pero de sabor estaban buenas.


Advertida, las compré y al llegar a casa, las abro para quitarles el chile si es que tenían, y… ¡Oh sorpresa! Tenían elote peludo. Bueno, no tenía pelos, pero estaba podrido, verde, enmohecido tal como se ponen las naranjas.


No pude quejarme porque no había guardado el ticket y parte porque estaban “baratísimas”.


Y así son de “garcas” (así les decimos en Argentina a los que se aprovechan de otra persona) término que proviene de pronunciar algunas palabras al revés, en este caso “gar-ca”. Nomás pude tomarle un par de fotos que son las que se ven junto a este artículo.


En Bancomer también me quejé


Ese día fue cruel. Hacía mucho calor, fue este año antes de que comenzaran las lluvias. Fui a Bancomer a depositar la renta de la casa. Había dos filas, una para clientes con cuenta en Bancomer y otra para los que no tienen cuenta allí.


Me puse en la más larga: la de los que no tienen cuenta.


¡Tuuu! Se oye cada vez que una caja se desocupa e indica que debe pasarse a esa para ser atendido. Pasaba uno, pasaba otro y otro. Todos de la fila de los clientes con cuenta y nosotros… echando raíces.


Para empeorar las cosas, todos estábamos bufando, acalorados y nada peor que ver a una cajera conversando con un cliente luego de haberlo atendido.


Medio nos empezamos a quejar varios entre sí, y ya al vernos las caras comienzan a pasar los de nuestra fila.


Llegó mi turno, deposité mi renta y me fui directo al buzón de “quejas y sugerencias”. El buzón no tenía ni papel ni lapicera. Tuve que ir a una mesa a pedirlos. Me dieron, como dijo el gobernador Emilio: “un pin… papelito”. Ahí escribí mi queja, lo que había pasado, la lentitud para atender a las personas, la cajera conversadora, indiqué el horario. Y como sugerencia les puse que ya que tenía buzón, al menos pongan un pedazo de papel y una pluma.


Dejé mi nombre, mi apellido, mi dirección de correo electrónico y mi número de teléfono, y jamás de los jamases me llamaron para decirme que al menos habían leído lo que escribí. Tal vez nunca lo hagan y nunca mejoren, pero al menos no me quedé con las ganas de decirles lo mala que es su atención.

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1 Comentarios

  1. NOO FLACA!!! SOS IGUAL QUE TU MAMA, HASTA ESAS INMENSAS GANAS DE COCINAR QUE TRAES SIEMPRE JAJA AHORA EL LEMMON PIE MMM COMO LOS EXTRAÑO!!!

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