Ojos argentinos

Lo prometido es deuda...

Por Flavia Bustamante
Qué lindo es reunirse con la familia y más aún después de tanto tiempo.
El jueves por la noche emprendí con mi hijo la odisea de un viaje a 10 mil kilómetros de distancia.
Lo que parecía que estaba todo listo y preparado, no fue así. Resulta que compré mi pasaje y el de mi esposo en una agencia de viajes de Tepa, y que por mi hijo nomás debía pagar algo así como 60 dólares en el aeropuerto, según informaron a la vendedora que había llamado a la aerolínea para preguntar.
Tonta yo, tal vez me pasó eso porque era la primera vez que viajaba con un infante y por confiarme de lo que me dijeron en la agencia. Cuando llegué al DF, fui al aeropuerto de donde saldría mi primer vuelo hacia Bogotá, al llegar me dicen que no encuentran la reservación del menor y les expliqué que en la agencia me habían dicho que no era necesario ya que no ocuparía un asiento, que nomás tenía que pagar el bendito impuesto; “pase por caja” me dijeron, y ahí fui con maletas, bebé y papeles y documentos.
De los 60 dólares que pensé que tendría que pagar, algo así como 800 pesos calculados a la ligera, y aún pensando en que tal vez me cobraría como 100 dólares, fui confiada y pobre como soy, porque este viaje me costó mucho pagarlo en efectivo y casi no llevaba dinero.
Presento mi reservación en la caja de la aerolínea. Tiqui tiqui tiqui, sonaban las teclitas de la computadora del que me atendió, y más tiqui tiqui tiqui… “Son 5 mil un pesos” ¿Queeeeeé? – le dije. Pero si me habían dicho que nomás iban a ser… le seguía diciendo pero creo que no me dejó terminar y tuve que darle absolutamente todo lo que tenía, mi esposo me completó con el dinero que tenía para regresar a Tepa, mi cuñada Georgina me dio otros tantos, puse lo que tenía para que almorzáramos antes de volar y algún otro gasto imprevisto.
Así quedé, con un dolor de cabeza de la ira, con hambre y sin dinero. Inmediatamente llamé a la agencia y nomás me dijeron “qué pena mija”. Si me hubiera dicho ahí mismo, un mes antes cuando les pagué 26 mil pesos que debía pagar otros tantos más en ese momento por el viaje de mi hijo lo hubiera hecho, pero no llegar al aeropuerto, haber gastado mi dinero en regalos y cosas para el viaje y llegar con muchísima suerte a juntar lo que me pidieron en el DF… quería matar a medio mundo.
Pero bueno, al menos tuve un viaje, luego de este incidente, tranquilo. Mi hijo no lloró durante todo el viaje, tuvimos que tomar tres aviones y aún así el pobrecito tenía energía como para subirse a otro más.
No tengo palabras de agradecimiento para toda la gente que me ayudó durante los vuelos, a los pasajeros que me alcanzaban los juguetitos que a Santi se le caían, a Paola, una colombiana de Cali que me cuidó a Santi media hora en lo que yo trataba de dormir, señores que me ayudaron con las maletas al verme con mi bebé en brazos. Todo eso no tiene precio, seguramente lo hicieron sin interés alguno pero ellos no supieron la gran ayuda que fueron para mí en esos momentos.
Cuando llegué a Buenos Aires, sentí una emoción inmensa, lloré de felicidad y alivio de sentir que pude volver como se lo había prometido a mi familia.
Ya en el último vuelo, el de Buenos Aires a Córdoba, Santi estaba muy entusiasmado y yo súper nerviosa por lo poco que faltaba. Ya no sentía vértigo, nomás quería que llegásemos para abrazar a mi papá que era a quien vería primero.
En el despegue, Santi se durmió y yo lo secundé. Aproveché para relajarme porque el dolor de cabeza no se me había quitado.
El vuelo fue breve, apenas una hora y diez minutos. Llegamos y yo quería gritar. Cargué mis maletas en un carrito, con una mano lo empujaba y con la otra sostenía a mi hijito.
Caminamos por un pasillo que es interminable cuando uno llega y seguramente corto cuando uno se va. Al final de ese pasillo veía flashes de cámaras y yo me hice toda la película pensando que era mi hermana que nos tomaba fotos y toda la cosa. Yo me emocioné más.
Al salir, no había nadie esperándome, bueno, al menos eso pensaba yo. Pero mi papá apareció corriendo porque se dio cuenta de que yo estaba perdida y revoleaba mi cabeza para todos lados buscándolos, apareció y me dio un abrazo muy fuerte, lloramos de la emoción y besó a Santi que hacía mucho tiempo que no veía, la última vez fue cuando era un bebecito todo flojito y al que había que sostenerle su cabecita.
Lo siguiente que pude decir fue ¿y dónde está la mami y la San (mi hermana)? “Ya vienen” me dijo mi papá, estaban en camino. Y saliendo al estacionamiento del aeropuerto veo a lo lejos una camioneta “¡Ahí viene la San!” - dije. Cuenta mi mamá que mi hermana al mismo tiempo dijo “¡Ahí están!” Y rápido llega a nuestro encuentro, y de la misma forma estaciona en cualquier lado, baja y abraza a su sobrino que no conocía personalmente. “¡Qué lindo, yo quería sentir su olorcito y apretarle sus cachetes!” – me decía mi hermana mientras pegaba su cara contra la de mi hijo.
En ese momento, todo lo malo que me pasó se me olvidó.
Llegamos a casa y cuando entré mi perro reconoció mi voz y comenzó a ladrar para que saliera al patio a saludarlo. Hacía tanto que no lo veía que me pareció enorme, mucho más grande de lo que lo recordaba, tal vez porque me acostumbré a ver a mi perrita de Tepa que es chiquitita.
Lo mejor, fue el almuerzo que mi mamá había dejado preparado: canelones de choclo y canelones de espinaca y sesos ¡mmm! Una delicia.
Lo peor fue, y es, que Santi no sigue a nadie, se volvió “mamero” de repente, “calzonudo” como decimos también. Estoy terminando por creer que mi esposo lo entrenó para que no pudiera salir con mis amigas.
Les cuento que ya comí asado y postres como el tiramisú, duraznos en almíbar con dulce de leche y vigilante que no es más que queso “mantecoso” y dulce de batata. Al paso que voy, espero no engordar y tener que pagar en el aeropuerto el exceso de equipaje.

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1 Comentarios

  1. Me encanta siempre lo que escribes,me imajiné tu viaje, con tu hijho, las maletas el coraje el reencuentro,etc. FELICIDADES FLAVIA , y espero volver a leer algo mas de OJOS ARGENTINOS. FELICIDADES.

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