La importancia de la familia

Los grandes cambios culturales

+ El hombre no puede vivir sin amor

Por Oscar Maldonado Villalpando

El hombre permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no encuentra el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Así lo decía su Santidad Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Ello expresa algo propio de la condición humana, algo que toda persona experimenta. (Elementos presentados en una conferencia del Sr. Pbro. Dr. José Sánchez).

Todo hombre necesita el amor para reconocer la dignidad propia y la de los otros y para encontrar un sentido valioso a su vida. Es el amor que le pueden ofrecer, en primer lugar sus padres, su familia y después, tantas otras personas. Y también la sociedad. La vida de las personas está decisivamente condicionada por la cultura de la sociedad en que vive, de esta forma la sociedad aporta, para bien o para mal elementos que pueden modelar la vida de la persona.

Cuando el amor por la verdad y el bien del hombre no impregna la cultura de las relaciones sociales y de la administración pública, el puesto central de la persona es sustituido por bienes menores, como los intereses económicos, de poder o de bienestar meramente material.

Hay una forma de amor que aparece mucho más ligada a la realización de la persona, al logro de una vida plena, porque expresa relaciones que constituyen a la persona como tal: es el amor de los padres a los hijos (que está en el origen de cada persona, que viene a la existencia como hijo), y el amor del hombre y la mujer (pues la dimensión esponsal es también constitutiva de la persona).

La felicidad de las personas guarda una relación intrínseca con ese amor familiar. Por ello, muchos de los sufrimientos que marcan la vida de tantos hombres y mujeres hoy tienen que ver con expectativas frustradas en el ámbito del matrimonio y la familia. Se da pues que en la familia tengan su origen muchos sufrimientos de las personas.

A la persona no le basta cualquier amor: necesita un amor verdadero, es decir, un amor que corresponda a la verdad del ser y de la vocación del hombre. Amor por su persona, no solo por el glamur de la moda, la figura o ciertos momentos de la juventud. La persona ha de ser amada por sí misma.

La vida humana es siempre buena noticia. Aunque surja o se halle en circunstancias difíciles, toda persona humana es un regalo, un don de valor inestimable.

El amor esponsal de un hombre y una mujer, que se entregan y prometen de por vida como cónyuges, crea el hábitat natural para la acogida amorosa de la vida humana.

Este es el proyecto hermoso y perenne de Dios creador, que bendice la comunión matrimonial con el don del hijo. (cfr. Gen. 1-3)

El don maravilloso de la vida humana suscita en quienes lo reciben admiración, gratitud y anhelos de cultivarlo mediante la propia donación. En la familia -cuna y custodia de la vida- el ser humano, hombre y mujer, nace y crece como persona, como hijo, como hermano, gracias al modelo de los padres.

La familia educa a la persona hacia su maduración y edifica la sociedad hacia su desarrollo progresivo.

Como célula del organismo social la familia sana es el fundamento de una sociedad libre y justa. En cambio, la familia enferma descompone el tejido humano de la sociedad.

En la familia cristiana el bautizado recibe la primera enseñanza evangélica y es introducido a la vida de la fe. Por eso la familia es «Iglesia doméstica».

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