En la Gran Ciudad

+ Más filósofo mamón que pintor
+ ...nches intelectuales estirados


Fabiola González Ontiveros

Cuando las vacaciones llegan muchas familias se van a la playa y tienen su descanso fuera de la rutina en su ciudad. Ahora que por fin disfruto de las merecidas vacaciones mi primer destino fue el DF a visitar a mi hermana y a pasear por ahí, ya que tenía bastante que no iba a rondar por esa ciudad.

El viernes pasado, temprano por la mañana, despertando y viendo el partido, que aunque no precisamente me muero sin futbol no perdono los mundiales y me decido por un país, aunque no sea el mío, en cada partido que veo.

Después de eso tomamos un metrobús, que para mí son la maravilla en ruedas y además me parecen muy divertidos por toda la gente que hay ahí pues tanto ese como el metro me encantan, y me entretenía viendo a la gente que se subía.

El plan era ver la exposición de “El mundo invisible” del pintor René Magritte en Bellas Artes, que me recomendó mucho un amigo porque le encantaba el artista, así que ya estando ahí pues había que darse una vuelta.

Llegando al centro me divertía en cada calle, la primera de mi paseo por la ciudad: la calle de los lentes, donde había una persona cada 2 pasos con su acento defeño (para no decir chilango) diciendo “pásele pásele, ¿necesita lentes? Mire amigo 2 x 1 los lentes, aquí le reparamos sus lentes en 1 hora amigo, ándele, pásele”. Escuché la palabra lentes tantas veces y con ese acento, que no me quedó más remedio que imitarlos y a mi hermana le hacía gracia el tonito de los vendedores, me decía que le hacía igualito. No sabía si eso era bueno o malo, así que mejor me callé y seguimos caminando con el escándalo de esas máquinas que taladran el piso y que casi me dejan sorda.

Después del desayuno (como a las 12 del día) nos dirigimos al palacio de Bellas Artes para ver la dichosa exposición. Admito que no sabía gran cosa del pintor, más que sus pinturas eran abstractas y que, dicho por mi hermana, se había hecho famoso porque en sus principios pintó una pipa y el nombre era “Esto no es una pipa”, y de esa manera todo el mundo le empezaba a encontrar otros significados complejos a sus pinturas, que por lo que vi no tenían mayor grado de complicación.

Ya sabía yo que tenía pleito casado con filósofos e intelectuales, que a través de mil vueltas y traducciones de subtexto le terminan encontrando el misterio más complejo a una insignificante pipa, pero ese viernes en la capital del país lo confirmé.

Entiendo un poco eso del subtexto porque este semestre en la escuela me enseñaron a buscarlo, usarlo, traducirlo y explotarlo, sobre todo con mi materia de fotografía, pero aún así me molesta la gente que cree entender mucho más que los demás, por supuesto puede ser cierto, pero mi problema es cuando este tipo de personas ve a quienes perciben las cosas de un modo simple, sin rebuscarle tanto, de manera inferior y dejándolos ignorantes.

Digo esto porque aunque sé que con esto me van a criticar, no me parece que René Magritte sea la gran cosa como pintor, su ingenio no esté en plasmar lienzos espectaculares, sino precisamente haciéndola de filósofo y poniéndole nombres rebuscados que obligan a buscar el subtexto a sus obras, de las más famosas están un hombre con una manzana ocultándole la cara, otra de sus pinturas famosísimas es nada más y nada menos, que una manzana verde, redondita, como de esas que uno dibuja cuando está en la primaria. No estoy demeritando el trabajo del pintor, sólo digo que él no vendía la obra, sino la idea de surrealismo con la que hacía cada obra, después de todo lo que más caro se vende en este mundo es una idea.

Pero bueno, terminamos de recorrer el palacio y al sentarnos a descansar un momento me reí a carcajadas cuando un guía explicaba los murales de José Clemente Orozco con una emoción bárbara, brincando literalmente y haciendo faramalla y media para contagiar el sentimiento por el arte a sus guiados:

“Pero miren aquí -decía- cómo el emperador azteca se balancea sobre sus dos piernas (aquí es donde brinca imitando la posición de Cuauhtémoc en el mural) y sostiene en su mano el arma con la que derribó al centauro que podemos ver caído al lado de él”. Creo que aprendí más diálogos que historia en mi paseo por la gran ciudad.

Por la tarde mi hermana dijo que sería buena idea ir a la Cineteca Nacional, que está en Coyoacán, y ahí vamos, yo estaba algo emocionada porque no conocía ese lugar y me parecía bonito lo de las películas viejas o independientes, y creía yo que no habría tanta gente…pero una vez más me equivoqué.

Al llegar ahí me encontré con que había mucha gente, y al decidirnos por una película para ver estábamos justo a tiempo para comprar palomitas y entrar a la sala. Faltaban 5 minutos para las 4, la hora en que empezaría la película, y la dulcería estaba sin funcionar porque “Chico no está, pero dijo que ahorita venía” después de que el tal Chico llegó y nos atendió, nos encontramos con que en la Cineteca Nacional “no manejan picante” pero no teníamos tiempo de pelearnos por eso así que nos dirigimos a la sala con nuestras palomitas ausentes de chile.

Ya sentadas volví a convencerme de que odio a los intelectuales. La pequeña sala se llenó de pura gente rara, bueno…a estas alturas la rareza es relativa, pero no era gente que uno viera en los cines comerciales pues. Serios, con cara de críticos, señoras con bastón que parecieran de esas que alguna vez en su juventud hicieron una película y lo recuerdan hasta el día que mueran, aunque dicha película no haya sido un éxito, nadie comía palomitas, más que nosotras y unos cuantos más, y todos en total silencio aún cuando el largometraje no había empezado, de tal manera que sentía que cada vez que comía una palomita cada persona en la sala lo podía escuchar.

Me hicieron sentir rara, al ser yo tan platicadora en el silencio previo a que comenzara la película y tan normal con mis palomitas y refresco, como si fuera alguien que no merecía ver la cinta por ser de arte, porque la atmósfera era de puro ego y pensamientos superiores, y yo tan típica que esperaba entretenerme con una película más.

Me cansé de sentirme así y cité a mi maestra de funcionalismo, Deyanira Guzmán, con la voz lo suficientemente alta para que al menos 3 filas a mi alrededor me escucharan. Le dije a mi hermana que me sentía rara y le comenté lo que mi profesora había dicho: “Tengo un amigo que estudió cine en Italia, y una vez que fui al cine con él me tenía harta con su criticadera de la película como un experto, diciendo que la película estaba así y asá, yo le dije ¡ay fulanito no mames!, uno va al cine porque se quiere divertir un rato, así que está bien que sepas de cine y lo que quieras pero disfruta la película que de eso se trata”.

No sé si alguien me habrá oído o no pero al menos después de eso ya pude disfrutar las casi dos horas que duró la historia. Sonata para un hombre bueno, muy chida por cierto, rara y sangrienta… pero muy chida.

Al día siguiente, un poco más normal, desperté a las 9 exactamente, sólo por el placer de ver perder a Argentina y celebrar cada gol como si yo misma lo hubiera metido. Después, al centro nuevamente para recorrer las calles en las que uno no anda de turista, “aquí sí agarra tu bolsa” me decía mi hermana, pero igual fue divertido por la experiencia.

Fuimos a dar al zócalo donde estaba el Fan Fest, en el que había muchísimas personas viendo el partido de España, en el que nos hicimos parte de la masa y sufrimos de infartos ajenos a nuestro país con cada penal fallado, muy divertido también por cierto.

La ciudad de México puede ser de cualquier modo, igual tiene sus cosas buenas y malas, pero a mí me encanta porque hay gente de todo tipo. Las vacaciones son un buen momento para darse una vuelta, porque los chilangos huyen en cuanto pueden. Así que los invito a que vayan aunque sea uno o dos días, total que en la gran ciudad siempre hay algo interesante qué hacer.

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