Otro Maradona…

Se sentía Dios
Michael Jackson


+ Y nomás por eso se
acostaba con niños

El Universal.- A poco más de un año del fallecimiento de Michael Jackson (Indiana, 29 de agosto de 1958), aparece por fin en México un libro que hace públicos muchos de los secretos de la atormentada vida de El rey del pop.

Confesiones de Michael Jackson (Océano) fue escrito a partir de las cintas de audio que registraron las conversaciones que sostuvo el rabino Shmuley Boteach con el cantante. El consejero espiritual de Jacko pinta a su amigo como un hombre mesiánico, que se consideraba superior a los demás. “Soy como un león. Nada puede hacerme daño. Nadie puede herirme”, le llegó a decir Michael al religioso que lo escuchó durante años.

El religioso dice en su libro que Jackson creía firmemente que, al no ser como el común de las personas sino un ser más elevado, no debía someterse a las rígidas normas tradicionales de “lo bueno y lo malo”.

Por eso no veía mal meter a niños en su cama, dice Shmuley. “Michael podía ser inocente de los actos que se le imputaban, pero desde luego era culpable de percibir que las reglas habituales respetadas por todo el mundo no eran aplicables a su relación con los niños o, peor aún, que en ese terreno no había reglas para él”, comenta el rabino.

Y añade: “Pese a haberme prometido que no volvería a quedarse a solas con un niño nunca más, claramente era una práctica con la que había continuado”.

Shmuley asegura que la arrogancia del intérprete y bailarín no conocía límites: justificaba meter a niños en su cama con el argumento de que las demás personas, la gente común y corriente, no entendían el tipo de relación que un ser superior como él sostenía con los menores de edad.
El religioso, sin embargo, asegura que no cree que Jackson haya sostenido relaciones sexuales con algún niño.

“A Michael se le podía perdonar su ingenuidad de creer que incluso a los asesinos de masas más despiadados les queda algo bueno en su interior, pero lo verdaderamente asombroso era que él creyera, de algún modo misterioso, que habría sido capaz de hacer entrar en sus cabales hasta al mismísimo Hitler”, narra el rabino Boteach.

Se creía superior a los demás

El rabino, quien conoció a Jackson en 1999 gracias a un amigo en común, el mentalista Uri Geller, asegura que El Rey del Pop mintió descaradamente para justificar el hecho de meterse en la cama con niños.

El autor afirma que fueron ridículas las declaraciones de Jacko al presentador de televisión Ed Bradley en el programa 60 Minutes, al narrar que Gavin Arvizo (el adolescente que acusó al cantante de presunto abuso sexual) había llegado a su rancho Neverland en silla de ruedas y que era necesario trasladarlo a todas partes.

“El niño que yo vi en agosto de 2001 era tremendamente activo, corría sin parar y se subía a todas las atracciones, incluso se podría decir que el chico era un poco incontrolable”, cuenta Boteach.

El rabino agrega: “No creo que Michael se propusiera engañar a nadie de manera consciente; en realidad se sentía tan inseguro que siempre intentaba parecer mucho mejor y más santo de lo que en realidad era. Y esa inseguridad lo arrastró a la exageración: no bastaba con ser caritativo, sino que tenía que ser el más caritativo de todos; no bastaba con dar esperanza a un niño enfermo de cáncer, sino que se asumía como mártir, y se imaginaba atravesando un inhóspito desierto con el niño a la espalda y sin el más mínimo signo de que la Tierra Prometida estuviera cerca”.

Shmuley Boteach dice que a medida que pasaba el tiempo fue testigo de cómo crecía “el insano complejo mesiánico” de Jackson, que sin duda se vio fortalecido por los halagos de sus fans, que jamás le reprocharon ciertos comportamientos claramente destructivos. “Michael se negaba a hacerse responsable de sus propios actos y creía que la culpa de todos sus problemas la tenían las envidias de los demás”, escribe.

Las drogas y el dolor del alma

Boteach narra que El rey del pop confundía los males que aquejan el alma con los sufrimientos del cuerpo y, pese a que en otro tiempo su buena estrella había sido suficiente para hacer que se sintiera mejor, después ya ni eso lo reconfortaba.

“Los fármacos se convirtieron en el único bálsamo que calmaba su dolor y, con el tiempo, fui entendiendo por qué los analgésicos o la cirugía plástica le resultaban tan atractivos: él sólo conocía el dolor”, dice.

“Resultaba fácil asumir que sólo tomaba fuertes analgésicos cuando sufría algún dolor físico. Desde luego, durante el tiempo en el que yo lo traté, siempre se esforzó por mostrarme una imagen positiva de sí mismo y nunca hizo nada inapropiado en mi presencia”, cuenta Boteach.

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