¿Qué hacer para que valoren tu vida?

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com


Cuentan que cierto día un joven se presentó ante su maestro y le dijo:

-Vengo contigo porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo. Otros afirman que no hago nada bien y la gente sólo ve mis defectos. ¿Qué puedo hacer para que me valoren?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no tengo tiempo para ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizá después…

Haciendo una pausa, prosiguió:

- Si quieres apoyarme tú a mí a resolver este problema con más rapidez, después, tal vez después, te pueda dedicar un tiempo.

El consintió con resignación, moviendo su cabeza pero sintió otra vez que era desvalorado y sus necesidades postergadas. “Bien”, respondió el maestro, mirándolo por encima de sus lentes. Sacó un anillo que tenía en una caja forrada de terciopelo, dándoselo al muchacho agregó:

- Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible pero no aceptes menos de diez monedas de oro. Toma el caballo que está afuera y ve al mercado. Ve y regresa lo más rápido que puedas.

El joven tomó la prenda y partió en el ágil corcel del maestro. Apenas llegó, tomó la prenda, empezó a presentar la sortija a los mercaderes. Algunos no prestaban atención. Otros movían su cabeza. Pero cuando el joven decía lo que pretendía por el anillo, algunos reían y otros le daban la espalda. Sólo un anciano fue amable para explicarle que diez monedas de oro superaban con mucho el predio real de aquél anillo.

Después de ofrecer su joya a los vendedores, comerciantes que se cruzaban en el mercado, abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó a paso lento.

Cuánto hubiera deseado tener él mismo diez momeadas de oro para así liberar al maestro de su preocupación.

-Lo siento maestro, no pude conseguir lo que me pediste. Los pocos que mostraron interés, no ofrecen más de tres monedas. Sinceramente no creo que alguien quiera pagar más.

- Que importante lo que dijiste joven amigo, contestó sonriente el maestro. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar el caballo pero no vayas al mercado, sino con el joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisiera vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El discípulo no creía que esperaba mucho de aquella empresa.

El viejo joyero examinó el anillo con su lupa a la luz del candil, lo pesó, consultó una enciclopedia y luego exclamó en voz baja:

-Dile al maestro, muchacho, que si quiere vender esta joya ya, le puedo dar 58 monedas de oro.

-¡58 monedas! Exclamó el joven.

-Sí replicó el joyero, yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé si la venta es urgente.

-¿Por qué vale tanto? Preguntó el curioso joven.

- No se trata de un simple anillo. No, no. Es un eslabón, el único que falta en la cadena del Rey Arturo. Por eso vale tanto.

- Ahhh, prorrumpió el joven con la boca abierta y admiración y guardó la valiosa joya en una bolsa junto a tu corazón.

El discípulo montó el caballo y a toda velocidad llegó emocionado a la casa del maestro a contarle detalladamente lo sucedido.

-Siéntate, dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres este anillo: Una joya valiosa y única. Además, tú valor radica en tu entorno, tu pasado, tu cultura y tu constelación familiar. Todo ello le da una plusvalía a tu ser. Por eso, sólo puede valuarte un verdadero experto.

-Así que no afanes por ser reconocido por la gente de la calle del mercado. Debes recurrir a expertos. Ni pierdas tiempo pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor. Acude siempre al experto para que te valore.

El joven alumnos estaba profundamente tocado por la sabiduría y con una sonrisa en sus labios repitió en voz baja colocando una mano derecha en el corazón:

-“Sí, debo acudir al Experto para que me valúe”.

Muchas veces procuramos aprobación y reconocimiento de personas que no se valoran ni así mismas y por lo tanto, están incapacitadas para apreciar a los demás. Los comerciantes del mercado van a tener diversidad de opiniones sobre nuestro valor, pero el experto conoce nuestra identidad, porque fuimos creados por El. En el barro que fuimos plasmados, El plasmó su Espíritu de vida, por eso valemos tanto.

Y como tú te has de imaginar, ese “experto” es nuestro Padre Dios.

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