La lucha del bien contra el mal

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Durante muchos años, un buen herrero trabajó con ahínco y honradez, pero a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida; muy por el contrario, sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.

Una tarde, un amigo que lo visitaba y que sentía compasión por su difícil situación, le cuestionó:
Es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu suerte va de mal en peor. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en las promesas de Dios, nada ha mejorado.

El herrero no respondió enseguida, El ya había pensado eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida. Sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, expresó:

-En este taller yo recibo el acero en bruto y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú como se hace esto?
Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo. En seguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada.

Luego, la sumerjo, en un balde agua fría, y el taller entero se llena con el vapor, porque la espada grita a causa del violento cambio de temperaturas. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta.

El herrero hizo una larga pausa, y siguió pausadamente:

- A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por agrietarlo. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena espada; y entonces, sin reclamarle nada, lo dejo en la montaña de fierro viejo que ves al fondo de mi herrería.

Hizo otra pausa más y concluyó:

-Sé que Dios me está forjando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero, la única cosa que pienso y repito en voz baja, es: “Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me abandones en la montaña de fierro viejo”.

El contraste entre las altas temperaturas y el agua fría, forja la espada. Nuestra vida es una pintura de Rembrandt donde se conjugan las luces con las sobras: la grandeza y pequeñez del ser humano, la trascendencia y la inmanencia, la lucha del bien contra el mal, la soledad y la comunidad; todos estos contrastes, nos van forjando.

No hay que eliminar ninguno de los aspectos, porque perdería fuerza la espada. Simplemente colocarlas en el contexto donde convive el trigo con la cizaña, para hacer una obra de arte. Los acontecimientos y los problemas de la vida adquieren un valor y sentido cuando los encuadramos en el contexto de la existencia humana.

Dios es el herrero que nos está forjando entre sus manos y no duda tanto en meternos al horno, como sumergirnos en la helada agua, con tal de fortalecernos. No todo es bueno, pero todo sirve para nuestro bien.

El secreto estriba en atar los cabos, descubriendo como algo que parecía negativo o doloroso, ha servido para robustecernos y ser comprensivos con los demás.

Señor, el profeta Jerermías afirma que somos el maleable barro en tus manos (Jer 18, 1-6), pero la verdad es que yo soy tan duro como el acero y muchas veces me resisto a ser moldeado por tus manos, y por eso preciso de martillazos y fuego.

Señor, te pido que cuando quieras hacer de mi vida una espada de doble filo, y me metas al fuego del dolor, sepa que es una etapa transitoria. Pero cuando me sumerjas en el agua fría de la soledad tampoco me quede estacionado, sino que sepa que todo es pasajero.

Qué misteriosos son esos contrastes que me forjan para vivir con intensidad las lágrimas y las sonrisas, las alegrías y los dolores.

Me pongo en tus manos sin condiciones para que, cuando sea necesario, me metas al horno y luego martilles con fuerza la esencia de mi vida para forjarla de acuerdo a tu maravilloso plan.

Si es necesario, Señor, pásame por el fuego para transformarme en espada. Pero espada en tus manos, que gana todas las batallas.

Publicar un comentario

0 Comentarios