En medio de la tormenta



Por el padre Miguel Ángel

Había una vez, diez campesinos, que se dirigían juntos a sus campos, cuando fueron sorprendidos por un terrible huracán, que empezó a destrozar los árboles y la tierra. En medio de la tormenta y los rayos, corrieron a refugiarse en un viejo templo en ruinas. El ruido de los truenos era cada vez más ensordecedor, y las vidas del techo se movían queriendo caerse. Los campesinos estaban aterrorizados y comenzaron a decirse a media voz, que en medio de ellos debía encontrarse un pecador “grueso”, como para hacer desatar aquella furia incontenible capaz de aniquilarlos a todos. “Debemos descubrir al culpable”, sugirió uno, “y alejarlo de nosotros”. “Arrojemos nuestros sombreros fuera de la puerta”, dijo otro, “aquel de nosotros a quien pertenezca el primer sombrero que se lleve el viento será el pecador y lo abandonaremos a su destino”. Todos estuvieron de acuerdo. A duras penas abrieron la puerta como pudieron, arrojaron sus sombreros de paja. El viento se llevó uno inmediatamente. Sin ninguna piedad los campesinos agarraron al dueño de aquel sombrero y lo echaron fuera. Aquel pobre hombre, como pudo sostenerse en medio de la tormenta, se fue alejando; apenas había dado algunos pasos, cuando sintió un ruido tremendo: un rayo espantoso había caído sobre el templo y había convertido en polvo y cenizas a todos sus ocupantes”…
Los diez campesinos nos recuerdan a quienes piensan que toda desgracia que sucede en el mundo es un castigo de Dios y siempre andan buscando culpables.
Como aquella mujer que le dijo a su esposo: Dios te castigó porque no quisiste ir a misa el domingo y por eso tuviste el accidente en el coche.
Otra abuelita le dijo a su nieta que si no iba al catecismo Dios la castigaría.
De muchas otras maneras mostramos una mentalidad muy equivocada, porque se nos olvida el pasaje evangélico en el que le preguntan a Jesucristo ¿Quién pecó para que este hombre naciera ciego, él o sus padres?
La respuesta fue ni él ni sus padres, todo eso sucede para la mayor gloria de Dios.
Dios no es vengativo, sino que siempre se compadece de nuestras miserias.

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