Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com
Un hombre se sentó una vez a cenar con su familia. Antes que
comenzaran a comer, los miembros de la familia unieron sus manos alrededor de
la mesa y el hombre hizo una oración, agradeciendo a Dios por el alimento, las
manos que lo prepararon y por la fuente de toda vida. Durante la cena, sin
embargo, él se quejó por lo viejo que estaba el pan, el amargor del café y por
un poco de moho que encontró en una punta del pedazo de queso. Su hija le
preguntó: ¿Papá, crees que Dios te oyó dando las gracias antes de la cena? Por
su puesto querida, le respondió con confianza. Luego ella le inquirió: ¿Crees
que Dios escuchó todo lo que se dijo durante la cena? El hombre le respondió:
Pues sí, yo creo que sí. Dios escuchó todo. Ella pensó por un momento y luego
argumentó: Papá, ¿cuál de las dos conversaciones piensas que Dios creyó?
En la vida ordinaria tenemos momentos de paz y tranquilidad al
sentarnos a la mesa para recibir los alimentos, pero también nos sorprenden los
momentos de impaciencia y desesperación.
El padre de familia lo primero que hizo fue agradecer a Dios por su
generosidad, pues como todos sabemos si los pajaritos que ni siembran ni
cosechan tienen alimento y las flores del campo que ni bordan ni hilan se viten
tan hermosas, cuánto más a nosotros sus hijos e hijos no nos faltará el alimento por la inmensa
providencia de Dios.
Qué importante será siempre que seamos agradecidos, reconociendo en
los alimentos de cada día la mano paternal y bondadosa de Dios.
Es cierto que en algunas ocasiones nos vamos a encontrar con
deficiencias en los alimentos, pero hay que tener tolerancia y comprensión para
con las amas de casa pues la perfecta felicidad está en el cielo.
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