Don Felipe y Doña Felipa


Por el padre Miguel Ángel

Don Felipe y doña Felipa eran los esposos más dichosos del mundo. Aquella noche volvieron a casa tan alegres que olvidaron cerrar la puerta de la calle.
Ya acostados, se preguntaron mutuamente: -¿Has cerrado la puerta? –Yo no . –Yo tampoco.
Ninguno de los dos quiere bajar a cerrarla. Después de discutir amistosamente media hora apuestan lo siguiente: el primero de los dos que hable, deberá bajar a cerrar la puerta.
Los dos se vuelven mudos; se dan mutuamente la espalda y tratan de dormir.
Pero dormir es imposible.
Transcurren las horas.
Los vecinos regresan del cine. Se preguntan: ¿Qué pasa? ¿Estarán enfermos?, ¿habrán entrado ladrones?
Comienzan a llamar: -¡Don Felipe!... ¡Doña Felipa!... ¿Qué les pasa?.
Ninguno de los dos quiere perder la apuesta.
Los vecinos llaman más fuerte. Llegan , más curiosos. De las ventanas algunos vecinos se asoman y dicen: Don Felipe y Doña Felipa están en casa; los hemos visto entrar.
Algunos suben a la recámara y abren; comentan: -¡Allí están los dos acostados!
Llaman, gritan; se acercan y los sacuden.
-¡Don Felipe!, ¡Doña Felipa!, ¿se sienten mal?.
Los dos esposos siguen mudos como estatuas.
-¡Caray! ¿estarán muertos?
-No, porque respiran, -¿será una indigestión?, ¿o un paro cardiaco? Llamemos pronto al médico y al Señor Cura.
Llegan a toda prisa los dos.
El Señor Cura trae los Santos Oleos.
El médico le toma el pulso a Felipe; toca la frente de Felipa; observa, examina, piensa y le comenta al Señor Cura: -El pulso está bien; la respiración es buena; la temperatura, normal, no comprendo.
-Y, sin embargo no hablan, doctor, no contestan, no oyen; algo debió suceder, -comenta el Señor Cura-.
-Claro, concluyó el médico, algo sucedió; les aplicaré una inyección cardiotónica.
El doctor saca de su maletín la jeringa con su bonita aguja larga y brillante.
-Comenzaré por Felipa, dice el doctor.
Nada más que Felipa le tiene horror a las inyecciones; por lo mismo olvida la apuesta, abre los ojos y grita: -Doctor, comience usted por Felipe!
Ahora también Felipe abre sus ojos, y en medio del asombro de los presentes, con tono de triunfo le grita a  Felipa:
-¡Querida mujer! Has perdido la apuesta; baja a cerrar la puerta.
Cosas tan chuscas y divertidas como esta nos pueden suceder en la vida, lo importante es no perder el buen humor, tener siempre alegría y vivir muy felices, pues la alegría sana es uno de los frutos del Espíritu Santo.

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