+Leyendas de Cuarenta, Jalisco
Por Oscar Maldonado Villalpando
En insólitas
noches de luna cruzan los aires misteriosos inexplicables sonidos de místicas
campanas. Dogmas populares hablan de grandes secretos que guarda la historia en
torno al Pueblo de Cuarenta y al Puerto.
Esta
congregación fue anterior a Cuarenta, se ubica aproximadamente a 7 kilómetros,
tierra arriba. A ese lugar llegaron unos monjes, construyeron un monasterio, la
estructura está hecha de piedra y lodo. Edificaron en medio un templo que
fue consagrado en 1705, no lejos pasa el camino real de S. Luis. Hasta 1926
todavía estaba el templo completo, actualmente existen algunas paredes y las
bases de las columnas.
El
monasterio se convirtió en una fortificación, un fuerte amurallado, para
proteger a los que pasaban de Lagos a Ojuelos, se cuidaban de los Guachichiles
y Chichimecos, indios aguerridos que se resistían a ser sometidos. En el
lugar existe un manantial de agua azul que corre por el arroyo, había una
huerta con muchos árboles frutales, en un tiempo fue explotada una vieja mina.
En las
ruinas del templo existe un hueco atrás del confesonario, un pasadizo a un
lugar secreto. Hace años se encontraron restos humanos, probablemente de los
monjes que eran enterrados. Existía un túnel, cuya salida no se ha encontrado.
El templo tenía un amplio atrio, un mesón con habitaciones de primera y de
segunda, caballerizas, oficina de correos, patio y corredores de grandes arcos.
Era un lugar donde podían entrar las carretas, había además un panteón, era un
lugar próspero, propicio para la fundación de un gran pueblo, se calcula que
eran aproximadamente 75 viviendas de sirvientes, aparte los dueños. El
templo tenía altar de cantera rosa, columnas, piso de ladrillo, el patio era de
enlozado de piedra.
El Puerto
tenía reglamentos estrictos, a las 8 de la noche se cerraban las puertas y ya
no se permitía la entrada.
El mesón
contaba con fortines. Los frailes fueron desterrados a raíz de las leyes de
Reforma en 1857, pues eran extranjeros. Antes de irse los frailes bajaron las
campanas de la torre para que no hicieran cañones con ellas, y en procesión las
llevaron a enterrar y juraron nunca decir donde las enterraron. Las llevaron al
Cañón de los Chivos y en una lomita las enterraron y dejaron por seña una pila
de piedras, la seña era por si las cosas cambiaban, juraron no decir donde
estaban para que no fueran a parar a manos profanas. Junto al corral había una
cueva, ahí guardaron loza fina, oro, las campanillas de consagrar o de la misa,
todo lo de valor. Los habitantes abandonaron el Puerto, se trasladaron a
Cuarenta. Los frailes hicieron un pergamino o plano en cuatro partes. Los
últimos dos padres salieron corriendo. A Tata Tachito, uno de ellos, lo
colgaron y al otro lo alcanzaron en la Cieneguita, también lo colgaron.
Por muchos
años se dijo que el Viernes Santo a las 3 de la tarde se escuchaban las
campanadas sin una ubicación precisa, a tal grado que provocaba confusión; los
del Puerto pensaban que las campanas habían sido llevadas a Cuarenta, junto con
la torre, que efectivamente fue trasladada del Puerto; los de Cuarenta pensaban
que eran las campanas del Puerto, que alguien las sonaba, era un sonido fino y
melodioso, muy conocido, que se escuchaba muy lejos. Las campanas misteriosas
seguían sonando, dando fe de una historia que ya se ha ido.
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