El flagelo de la drogadicción


Por el padre Miguel Ángel

Hace varias semanas me encontré con un matrimonio muy angustiado porque descubrieron que su hijo adolescente ha estado usando droga.
Tanto el papá como la mamá sospechaban, porque le veían muy extraño y estaban recibiendo quejas de parte de la escuela por su mal comportamiento, agresividad para con los demás y faltas muy frecuentes.
¿Cómo ayudar a las personas que usan droga? En primer lugar, el paciente debe someterse voluntariamente al tratamiento, y debe estar convencido de su eficacia y de su máxima soportabilidad. Este es un deber no fácil, que se presenta inmediatamente al médico, que con sagacidad y paciencia debe vencer las inevitables desconfianzas y conquistar la confianza al paciente. Toda cura que actúe en régimen autoritario, sostenida por la desconfianza y llevada contra la voluntad del paciente, está destinada al naufragio inmediato y aún en el caso, pero muy raro, de que se lograse llevarla a un buen término, a pesar de la aversión del sujeto permanecerán las premisas para una casi inmediata recaída al vicio.
En segundo lugar, es absolutamente necesario el internamiento en un ambiente especializado. En esto, nuestra opinión diverge netamente de la del Doctor Salem, el cual sostiene que la cura puede hacerse con libertad, en el domicilio del enfermo, sin una vigilancia particular. Numerosas observaciones que nos permiten compartir la idea del médico parisiense.
El toxicómano es, por excelencia, un ser débil, preso a ceder frente a toda pequeña dificultad, es un mentiroso de los que hay que desconfiar, siempre pronto para aprovecharse, en su ventaja, de las distracciones más pequeñas. Por lo tanto, es mejor alejarlo de su ambiente habitual, que lo domina bien, y donde sabe encontrar numerosos pretextos; debe ser separado de sus parientes, que han sido siempre tiranizados por él y fáciles a su vez para la compasión y para ceder. Solamente en el ambiente clínico, el toxicómano podrá estar completamente dominado por el médico y tenido con mano fuerte en los momentos escabrosos, controlado en sus acciones y limitado en sus relaciones con el mundo externo (teléfono, visitas, eventualmente correspondencia).
No hay que olvidar, después, que la llamada crisis de la abstención está en relación de mayor parte de las veces, con el temperamento psíquico neurótico del enfermo, y en tal modo, por lo menos, influenciable por la psicoterapia. El buen resultado de la intervención psitoterapéutica en estas circunstancias está ligado, en gran parte, a la presencia inmediata del especialista, sobre todo, en las horas nocturnas, por obvias razones no podría intervenir si el paciente se encontrase con libertad. Quisiera precisar todavía la utilidad de tener a disposición personal auxiliar competente, que pueda ser constantemente una ayuda válida para el paciente, e indirectamente para el médico.
Una ulterior precaución es la de hacer saber al paciente, antes del comienzo de la cura, todos los síntomas que se le presentarán, y los eventuales sufrimientos a los que ha de enfrentarse durante los primeros días del tratamiento.
Conclusión
Todos juntos debemos mirar a esto, a salvar al hombre, a ayudarle a ser plenamente él mismo: "reflexionad y velad para que el hombre sea humano y no inhumano, no bárbaro, es decir, no fuera de su esencia".
Nos dicen los científicos que la búsqueda de los "paraísos artificiales" a través de ese "veneno del hombre y de la sociedad" que es la droga, está originada por la necesidad de sustraerse a los problemas interiores, de vencer las ansias y los estados de angustia y de tedio por la vida. Será, por lo tanto, una obra profundamente moral y humana el ayudar a los hombres a conquistar la paz interior y la armonía con los demás, a sentirse envueltos en el profundo calor humano y cristiano.

Debemos contribuir todos a crear un mundo más humano: "el mundo de los hombres verdaderos, el cual nunca podrá ser tal sin el sol de Dios sobre su horizonte".

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