Por Oscar Maldonado Villalpando
La muerte de Victoriano Ramírez “El
Catorce”
Por lo menos se ha conservado la muy
sencilla y humilde plaquita en el portal de la Presidencia Municipal de
Tepatitlán. Algunos consideramos que es asunto muy importante en el acontecimiento
de La Cristera, la muerte misteriosa del Catorce.
Misteriosa y decisiva. Misteriosa porque
ni los que formaron parte del Jurado dan una noticia fiable de ese desenlace
fatal. Entre ellos p.e. el P. Heriberto Navarrete, S.J. que dejó su
testimonio en el libro que escribió sobre el tema. A decir de contemporáneos,
como don Nicolás Valdez y don Salvador Casas, lo afirmado en el libro, sobre el
famoso juicio sumario, no se apega a la realidad. Por ahí se conserva la frase:
“Navarrete mató al Catorce dos veces, en Tepatitlán y en su libro”.
Gente tan estrechamente ligada a esta
tierra y a dichos acontecimientos, al hablar con quien fuera maestro del
Seminario de Montezuma, Navarrete, desestimaron directamente el dicho del
maestro, en el caso Saturnino Covarrubias y compañeros.
Inconsistencias
Victoriano siempre fue factor en los
combates de la Cristera en un campo muy amplio, desde Aguascalientes y la
Encarnación, Atotonilco y toda la mancha de Los Altos, con un punto más bien
central en San Miguel, San Diego de Alejandría, San Julián y Jalpa. Pero se
cuenta que su resonancia influía en lugares muy alejados.
De lo escrito y de la tradición de los
cristeros sobrevivientes se descubre una traición que nace del interno de la
organización. Acusación de que Victoriano podría cambiar de bando, lo cual no
tiene fundamento, pues fue aprovechado el hecho que Victoriano no sabía leer.
Varias acusaciones que revelan más bien animadversión.
Si Victoriano tuviera delitos seguramente
no hubiera acudido a la reunión de Tepatitlán por el mes de marzo de 1929. De
ese hecho, a nivel de la historia local, varios sobrevivientes de San Diego de
Alejandría, por citar algunos, Modesto Guerrero García que fue sargento,
después funcionario en su pueblo por varios años, tuvo oportunidad de
manifestar su sentir a la revista Impacto. En ella retrata todo aquel ambiente
adverso. Igualmente Febronio Mendoza, seguramente con más
desconfianza, decían a Victoriano que se separara de los contingentes y no
fuera a Tepa. A la distancia, de verdad causa cierta contrariedad
que el mismo Catorce se dispusiera como cordero para ser degollado, aquel que
fuera implacable y temido en los combates. Lo cual manifiesta su buena fe en
los jefes y también que sus motivaciones al combatir, las fundamentaba en el
campo religioso, que a la postre le darían la espalda, basados en un
fariseísmo. El argumento de buscar la pureza de las filas cristeras para nada
llega a buen fin, ¿Cómo podía ser que en unas semanas más, todo habría
terminado para la Cristera? No era momento para puritanismo; pues como
combatiente, el Catorce dio siempre resultados.
Este hecho es como el principio de un
plan que se antoja siniestro. Pues en los meses siguientes caerán líderes
claves. Los generales José Reyes Vega, el jefe supremo Enrique Gorostieta
Velarde, y luego quien, so pretexto de disciplina, condenara, a decir de
Navarrete, al Catorce, el general Aristeo Pedroza.
Y causalmente, muy cerca de esos
tropiezos, salen librados Heriberto Navarrete y Mario G. Valdez, este último
señalado por muchos como infiltrado, porque como hubo otros ejemplares en este
tema. El general Miguel Hernández y el mismo Enrique Gorostieta fueron
militares de carrera, eso daría pie a que Valdez fuera admitido como cosa
buena, que al parecer no fue así, sino que fue clave para minar, desde dentro,
la Cristera colaborando en ello, el ex discípulo y amigo muy personal de
Anacleto González Flores, multicitado y sospechoso clérigo, Heriberto
Navarrete.
Eso pasó el día 16 de marzo, pero en
1929, como está escrito en la humilde placa del portal de Tepatitlán. A tres
meses de la muerte del Catorce, moriría también la Cristera, a manos de los
mismos obispos mexicanos. Casualmente lidereados por un obispo originario de
Jalisco, que estuviera destinado en Amatlán de Jora, en sus inicios, Pascual
Díaz.
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