Por el padre Miguel Ángel
Cuando en el año 1360 un personaje muy
conocido fue a visitar a la santa más
famosa de ese tiempo, Santa Catalina de
Siena, mujer de treinta años, joven seglar que no es religiosa y que se
dedicaba a las labores del hogar y a atender a cuantos necesitasen de sus
conejos o ayuda.
El visitante esperaba encontrarse con una
mujer de mirada muy seria, de poquísima
palabras, seca en su trato y fría en su conversación y he aquí lo que
halló según sus propias palabras: “Mi sorpresa fue grande al encontrarme con
una mujer joven, de alegre sonrisa, mirada llena de santa alegría y trato
amable, agradable, la cual me recibió con el cariño con el que se saluda a un
hermano muy amado que regresa de un largo viaje. Encontré en Catalina una mujer
fundamentalmente optimista que no se desanima si a pesar de haber puesto todos
los medios para que las cosas resulten bien, terminan mal. Su abierta sonrisa y
su mirada franca son algo que jamás puede uno olvidar. Siempre limpia, ama las
flores y le gusta cantar mientras va de paseo. A cada visitante lo recibe con
la misma amabilidad con la que recibiría a Jesucristo en persona si viniera a
visitarla. Y en verdad que sí es a Jesús a quien atiende porque ella sabe muy
bien la promesa que hizo a Cristo: todo el bien que le han hecho a uno de mis
hermanos, aunque sea el más pequeño, yo lo recibo como hecho a mí mismo.”
Seguramente esta convicción es la causa
de que Santa Catalina haya sido tan extraordinariamente atenta con todas las
personas que tenía que tratar. ¿Qué me enseñará a mí este comentario?
Ahí está el secreto para saber trata bien
a las personas, recordar que cuando hacemos el bien a alguien, se lo estamos
haciendo al mismo Jesucristo.
Por eso, al igual que Santa Catalina, ha
habido tantos santos y santas que se han distinguido por su amabilidad.
Cuentan que San Francisco de Sales, que era de naturaleza poco amable y
bondadoso y que se había mostrado muy despectivo en su juventud, sin embargo
con la ayuda de Dios y su empeño personal se fue convirtiendo en el hombre más
amable y bondadoso que nos podemos imaginar.
Por eso, si hasta hoy hemos sido poco
amables en los demás, no hay que desanimarnos, pues si otros han podido
cambiar, nosotros también podremos, hay que intentarlo.
0 Comentarios