Por el padre Miguel Ángel
Cuentan que en un pueblecito de España,
hace algunos años había un hombre que se las daba de ateo, que no quería saber
nada de Dios, ni de religión, incluso había denunciado a la directora de la
escuela porque enseñaba el catecismo y descuidaba otras materias.
Una noche despertó sobresaltado por una
pesadilla: sintió una mano que lo agarró fuertemente y lo despertó. Como “no
creía ni en Dios ni en el Diablo” y sí en los espíritus, acudió a un
espiritista que le dijo ni más ni menos que era el alma de su padre, que estaba
penando en el purgatorio y no saldría de allí hasta que él rezara cinco mil
rosarios. Y él, que nunca rezaba, aquél día mandó a su hija para que le
enseñara cómo rezar el Rosario. Y toda la familia comenzó a rezar cinco
rosarios por día.
¡Cuánto puede la creencia espiritista en
fantasmas! Estas creencias tontas hacen que la gente se asuste inútilmente.
En cambio, cuando dejamos a un lado los
fantasmas y nos llenamos de verdadera fe, todo es diferente, porque confiamos
en la capacidad para dar un salto hacia delante a pesar del sentimiento de la
propia incapacidad.
Los apóstoles, muy dentro del mar, apenas
avanzaban, porque el viento les era contrario y las olas sacudían la barca. A
esto se añade que se asustaron y comenzaron
a gritar de miedo pensando que venía un fantasma.
En cuanto Jesús les habló y subió a la
barca se calmó el viento y los apóstoles lo reconocieron verdaderamente como
Hijo de Dios.
Todos sufrimos de miedos, unos miedos son
irracionales, pero otros muy reales. Tener temor no es siempre señal de
debilidad o de falta de carácter, porque el temor racional hace que no
infravaloremos los riesgos que corremos.
En medio de las dificultades personales
de todo topo que podemos experimentar, reconozcamos que Jesucristo está a
nuestro lado, aunque no lo veamos. La fe nos dice que Dios no nos abandona.
Jesús, poco antes de subir al cielo nos dijo:
Yo estaré con ustedes
Todos los días hasta el
Final de los tiempos
Cuando sientes miedo, recuerda que es
necesario conservar la calma, ponernos en las manos de Dios y continuar con
mucha serenidad para evitar que se comentan graves errores.
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