Noventa y seis heridas

Por el padre Miguel Ángel

Antes de crucificar a una persona acostumbraban los soldados exponerle a toda clase de torturas y la más grave de todas era la flagelación. Ataban al reo a una columna muy baja para que su cuerpo quedara totalmente encorvado y así tuvieran más efecto los latigazos que recibía y luego lo azotaban sin ninguna compasión.
En la Sábana Santa que se conserva desde hace siglos en Turín, Italia y en la cual se dice que fue envuelto el cadáver de Jesús, después de haberlo cubierto de aromas y que los científicos han demostrado que sí es de telas tejidas hace veinte siglos, se conservan las huellas de 96 heridas hechas por azotes. Pero sabemos que la herida no la hace el primer azote que cae sobre la piel, sino el tercero o el cuarto que cae en el mismo sitio.
¿Cuántos azotes le dieron a Nuestro Señor? No lo sabemos. Pero una sola cosa es cierta: Que la flagelación fue cruelísima y que a juzgar por el odio que tenían los soldados del ejército romano hacia los judíos y el desprecio que hacia ellos sentían, se habrían cebado, los verdugos en la pobre víctima, descargando golpes y más golpes, hasta sentirse rendidos de cansancio.
Los azotes romanos, por su número, por sus fuetes y por los bárbaros que eran quiénes los daban, era un tormento incomparablemente más cruel que los azotes de los judíos. A Jesús lo azotaron los soldados romanos. No hay duda de que la flagelación se hizo en un sitio público, delante de todos, pues los evangelistas dicen que después lo llevaron al palacio, señal de que estaba afuera cuando fue azotado. La crueldad con que la debieron ejecutar aquellos soldados se deduce del modo como lo trataron luego en la coronación de espinas.
No sé si has tenido la oportunidad de ver la película de la Pasión. A mí, uno de los momentos que más me impresionó es precisamente cuando están azotando a Jesús y algo que me llamó mucho la atención es cuando la Virgen se arrodilla y empieza a limpiar con su manto los charcos de sangre que habían quedado después de la flagelación.
Ciertamente aquello fue una brutalidad porque los soldados romanos no se tocaban el corazón para ver todo tipo de barbaridades; y si en la sábana santa que se venera en la ciudad del Turín, Italia se descubren 96 heridas, habría que multiplicar por 4 para más o menos darnos una idea de la cantidad de azotes que recibió Nuestro Señor Jesucristo, el Viernes Santo antes de ser presentado ante la chusma que tenía que elegir entre Barrabás y Jesucristo.

Que todos estos reflexiones nos ayuden para ya no seguir azotando a Cristo en la persona de nuestros semejantes.

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