Por el padre Miguel Ángel
Allá en Polonia, después de haber sido liberada de los campos de concentración nazi siendo niña, una mujer judía nos cuenta lo que le sucedió cuando la encontró Juan Pablo II en un estación del tren antes de ser sacerdote:
Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que probaba en varias semanas. Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con un pan negro, exquisito. Yo no quería comer. Estaba demasiado cansada. Me obligó. Luego me dijo que caminara para poder subir al tren. Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó kilómetros a cuestas, mientras caía la nieve. Recuerdo su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su hermano y me decía que también él sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para siempre en mi memoria: Karol Wojtyla. Quisiera hoy darle un “gracias” desde lo más profundo de mi corazón.
¿Qué sería de nosotros sin sacerdotes? Algo parecido a lo que sería de nosotros sin Jesucristo, ya que si bien Jesús nos redimió, su sangre se aplica a nosotros de ordinario, por medio de los sacerdotes. El nos predica la buena nueva, el nos muestra el camino del cielo.
Si en un país se exterminará el sacerdocio, se vería la falta que hace. Entonces entenderíamos el gran beneficio que nos hizo Dios con instituirlo. ¿Qué sería de la vida moral y religiosa de los pueblos sin el sacerdocio? ¿Qué adelantos lograríamos por el camino del bien sin su apoyo? ¿Quién bendice y consuela nuestros pasos en toda la vida? Desde la cuna y desde los primeros vagidos que el bendice con el agua del bautismo hasta la sepultura ye el rumor de la tierra bendita que cae sobre nuestra ataúd. Mezclado con el último rezo funerario, parece en nuestra casa y persevera a nuestro lado el sacerdote. El es nuestro amigo y nuestro padre y nuestro apoyo en la vida moral y en gran parte también en la vida material.
Un sacerdote
Es un ejército de personas salvadas de la angustia, del vicio, de las malas costumbres.
Es un rebaño inmenso de moribundos conducidos en la paz de Dios hasta las puertas del sepulcro y de la eterna salvación.
Por eso: Bien vale la pena seguir pidiendo para que los sacerdotes hagan presentes a Dios en el mundo.
Y ¿Dónde se preparan los futuros sacerdotes? En el seminario.
Por tal motivo hay que rezar todos los días por los seminaristas y sus formadores para que sean santos.
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