Rechazados



Menos de la mitad de los jóvenes que quisieron entrar al Cualtos a estudiar una carrera lo pudieron lograr, 616 de 2080. La U de G anuncia varias opciones para los rechazados, los que “no salieron en listas” y es irse a una carrera de las que todavía tienen algún lugar disponible o esperar al próximo ciclo escolar, para lo cual nuevamente hay que hacer trámites desde cero.

Escoger la primera opción, la de irse a un lugar todavía disponible, implica hacerlo lo más rápido posible, pues la U de G sólo da unas horas antes de cerrar definitivamente la admisión, irse seguramente a otra ciudad (cambiando así todos los planes del joven y su familia) y escoger una carrera la cual no se tenía pensado cursar, como aquel que quería entrar a Medicina y le ofrecen un lugar en, artes plásticas, por ejemplo.

Es un trago amargo y que marca a muchos por un buen tiempo. Cuando estudié en Cualtos, varios amigos o conocidos no pudieron entrar y se fueron a Lagos de Moreno -cuando este municipio todavía dependía del Cualtos- con la esperanza de al siguiente semestre volver a su querido Tepa, cosa que nunca pudieron.

Otros la pensaron mejor y decidieron que esperar seis meses o un año más para intentar entrar a la universidad no era la muerte, así que muchos sí pudieron ingresar meses después, aunque otros no o de plano desistieron.

Cada seis meses o cada año es el mismo problema, nos enteramos que la U de G deja fuera a la mitad o más de los aspirantes a alguna carrera y seguramente así pasa con todas las universidades públicas del país.

La Unversidad, que no tiene el presupuesto que quisiera para la matrícula de alumnos (pero para construir el auditorio Telmex, organizar la FIL o tener un equipo de fútbol en primera división, ¿qué tal?) y se le han ocurrido varias cosas para admitir el mayor número de alumnos posibles.

Ha ideado las carreras semiescolarizadas o la educación a distancia; en el primero sólo se necesita asistir de vez en cuando a un aula, por lo que fácilmente se les puede acomodar en un día en que los alumnos comunes y corrientes no vayan a clases. En el segundo caso es más bien el alumno el que tiene que invertir, pues las clases se reciben a través de internet y hay que contar con una computadora y el servicio.

Aún así siempre hay rechazados, jóvenes decepcionados, tristes o furiosos y padres y familiares que hasta manifestaciones hacen para que sus hijos sean admitidos.

Muchos de los rechazados nunca se preocuparon por tener buenas calificaciones durante la preparatoria, fundamental para lograr un lugar en la educación superior y ahora se lamentan de no poder entrar a la universidad.

El problema es las generaciones pasadas idealizaron los estudios universitarios como una llave para acceder a una vida mejor, mejor que la del campo o del pueblito en la que se desenvolvieron sus padres. Fueron historias de esfuerzo, de no ver a la familia en meses, a cambio de irse a estudiar la universidad a la capital y en unos 4 o 5 años volver como profesionistas titulados, ya con una oferta de empleo atractiva en la misma gran ciudad o volviendo al terruño a emprender y yéndole bien económicamente.
Con el paso de los años, los pocos que lograban ir a la universidad, no por tener buenas calificaciones -eso se daba por descontado- sino por el esfuerzo personal y familiar que implicaba, fueron convirtiéndose en muchos, cuando los caminos y los medios de transporte acortaron tiempo y distancias y cuando la U de G decidió expandirse al resto del estado, para que los estudiantes ya no tuvieran que irse de sus pueblos a Guadalajara.

Entonces sucedió todo de acuerdo a una ley muy básica que es la de la oferta y la demanda, comenzaron a abundar los “profesionistas” y a disminuir la oferta de empleo bien remunerado, sin mencionar que con la expansión, la calidad de educación de la U de G comenzó a decaer también.

Entonces, tener un título universitario ya no asegura una vida mejor ni un buen empleo, sin embargo se sigue teniendo la idea, más social que otra cosa, de que la universidad significa superación, destacar, sobresalir y no, por sí solos los estudios superiores no dan eso y ahora es muy difícil tener una licenciatura y abrirse paso entre cientos o miles de personas que también tienen una y compiten por el mismo puesto.

Aquí me parece que hay que volver a educar, pero desde la casa, decirles a los niños de ahora que la universidad no es la solución definitiva ni única, que hay gente que simplemente no nació para entrar a una de ellas, que las vocaciones no necesariamente deben ser avaladas por un título que otorga la SEP y que hay gente que hizo fortuna y destacó sin tener ninguna licenciatura.

Se debe quitarle la idea a las nuevas generaciones de que si no se entra a la universidad es un fracaso y que lo importante es ver desde temprano qué es lo que quiere uno hacer, trabajar desde jóvenes en algo que les guste y si una carrera universitaria se convierte en el complemento de su modo de vida, adelante.

Además, otra cosa muy importante. Las universidades públicas y por ende el gobierno, gastan millones en darles gusto a los jóvenes, admitiéndolos en carreras que desperdician, las cuales abandonan a medio curso o antes y si logran terminar, no tienen idea de qué se trata la licenciatura que ahora ostentan.

En mi caso, cuando entré al Cualtos, lo hice en compañía de 50 estudiantes más aproximadamente. Nos dieron un curso de inducción de unos días, cuando comenzaron formalmente las clases, 4 o 5 compañeros ya ni se presentaron a ellas.

Arrancaron formalmente las clases y al cabo de unos días o semanas más, más compañeros desertaron, al finalizar el semestre, había por lo menos unos 12 alumnos en el salón.

A media carrera, como en cuarto semestre, ya hacían falta como 15 o 20 alumnos que habían decidido no continuar con sus estudios y al final de los cursos éramos la mitad de los que habíamos entrado inicialmente, pues unos fueron reprobando materias y fueron obligados a rezagarse y quedar en semestres inferiores.

Y de ese puñado de compañeros que llegamos hasta el final, dos o tres se graduaron de “panzazo” y sin saber nada de lo que vimos durante cuatro años en clases.

Y ejercer la carrera que estudiamos, sólo lo hacen como 3 o 4 nomás, ni siquiera el que esto escribe se dedica a lo que estudió: Informática.

Entonces, ¿para qué quieren entrar a la Universidad? Si de los que entran, la mitad o más no concluye sus estudios o los termina sin saber nada y de ejercer mejor ni hablar, pues es un panorama poco alentador pero fiel reflejo de la situación educativa y profesional del país.

Mejor dedicarse a temprana edad buscar qué se va a hacer de grande, sin aterrarse por un eventual rechazo de la universidad y para los que entraron a la U de G o cualquier otra escuela pública, el consejo es casi el mismo: ir viendo desde ya qué va a hacer uno cuando terminen los estudios y no mortificarse si no terminan trabajando de lo que estudiaron, lo importante es tener un medio de sustento y si permite uno o varios lujos, pues mejor.

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