Ayotzinapa



Lo ocurrido en el municipio guerrerense de Iguala de la Independencia a finales de septiembre, muestra dos de los males que agobian a los mexicanos y que nos tienen con miedo o hartos o las dos cosas: La presunta desaparición y tal vez muerte de varios estudiantes normalistas a manos de supuestos integrantes del crimen organizado y policías municipales.

Por un lado, un grupo de normalistas (futuros maestros) haciendo lo que mejor saben hacer: extorsionar, pedir dinero, secuestrar camiones, suspender clases, hacer desmanes y bloquear caminos, avenidas y carreteras y así alterar y trastornar el orden público y la vida del resto de la población.

Por el otro: grupos de presuntos sicarios y policías poco capacitados, corruptos y viscerales agarrándola contra un grupo de jóvenes, quizás odiosos y poco populares pero relativamente inofensivos. Agresiones, disparos, desapariciones y luego cadáveres, uno de ellos sin cara, fue el saldo final. O sea, lo típico del crimen organizado.

Encima el alcalde, la inmediata y máxima autoridad de aquel lugar, resulta que es también mafioso y que permitió todo lo que ocurrió esa noche, con tal de que no lo molestaran, pues estaba en el informe del DIF que daba su esposa y había cena, baile y una pachanga ya preparada.

Esos estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, acostumbrados desde hace años a hacer lo que quieran sin que ninguna autoridad les diga nada ni los castigue, pues ese día pensaron en ir a pedir dinero a la gente (“boteo” le llamaron) para tener lana e irse al DF a protestar el 2 de octubre por lo ocurrido el 1968; secuestraron varios camiones foráneos -aunque supuestamente les pidieron amablemente a los choferes si les daban un raid al pueblo-, se apostaron en el centro y otros lugares concurridos y pidieron dinero.

Seguramente, al alcalde, que estaba pensando más bien en la pachanga del DIF, le llegó un informe de que ¡otra vez! (y para variar) los normalistas ya andaban en Iguala alterando el orden público… Así que para no distraerse y acabar con el problema, seguramente el edil le espetó a un mando policiaco algo así como: ¡Pues háganse cargo de ellos para que ya no estén chingando los pinches estudiantes!

Y algo que debió ser interpretado como una simple orden para disuadir a los de Ayotzinapa, quizás con exceso de macanazos y gases lacrimógenos y uno que otro golpeado, terminó en balacera, muertos y desaparecidos, a manos de policías poco preparados y corruptos y sicarios que lo que les sobra es ganas de desaparecer y ejecutar a quienes les pongan en frente.

Muchos señalan que la culpa de lo que le pasó a los normalistas no es de los policías ni de los presuntos sicarios, sino del gobierno de los tres niveles y es verdad: durante años, los normalistas y maestros del sistema público han recurrido al desorden y extorsión para conseguir lo que quieren o por lo menos para no estudiar o trabajar y sí hacer enojar a la gente, aunque ahora los de Ayotzinapa tengan la solidaridad de gran parte de la población por lo que les acaba de ocurrir.

Han sido años y años de secuestros de autobuses, destrozos, carreteras bloqueadas, plantones, suspensión de clases, simplemente para exigir más dinero y menos trabajo u oponerse a medidas que no les convienen, como las evaluaciones y los exámenes de oposición.

Y el gobierno rara vez los ha metido en cintura y termina más o menos cediendo a las exigencias del gremio magisterial. Ya se la saben los maestros y normalistas, conocen el camino para presionar a las autoridades y obtener algo de ellas: trastornar al país, aunque la gente se harte de ellos, ni quién chingados piense en la gente, ni el gobierno ni el magisterio.

¿Y por qué hay tantos que quieren ser maestros si es una profesión mal pagada y cada vez peor vista? Bueno, debe ser que porque quien entra a la Normal, medio come y medio vive pagado por el gobierno y de eso a tener que buscar un trabajo agotador, pues preferible que lo mantenga a uno el gobierno y exigirle de vez en cuando que le aumente a las prebendas de los futuros profesores.

Y no lo dice el que esto escribe, lo dijeron los mismos familiares de los normalistas asesinados. Fue en una entrevista a raíz de lo ocurrido en Iguala, donde los padres de “El Chilango”, sujeto al que le arrancaron la cara y le quedó nomás una grotesca calavera, dijeron que su hijo se había ido a estudiar a la Normal, pues era tan pobre que sabía que ahí en la escuela le darían de comer todos los días.

Es como el Ejército, al que muchos entran ahí al ser de familias tan pobres, sobre todo del sur del país. Saben que de soldados, aunque sea un trabajo peligroso y cansado, comerán tres veces al día, tendrán donde dormir y qué ponerse a diario, lo que no tienen en sus comunidades de origen.

Pues bueno, lo que ocurrió en Guerrero demuestra que hay autoridades que sí están hasta la madre de los desplantes de los normalistas o maestros, pero que nadie les ponía una mano encima (como el bueno para nada del gobernador de Oaxaca) porque, como dice el dicho: les iba a pasar como al cohetero, que le chiflan si hace bien o mal su chamba.

Pues el alcalde de Iguala, narco, con poco tacto público y despreocupado por el qué dirán, mandó a ponerles en su madre a los de la Normal, pero se les pasó la mano a sus policías y amigos sicarios y acabó aquello en una masacre.

Si tan solo el gobierno metiera en cintura a estos grupos de revoltosos, apegado a la ley y violando lo menos posible los derechos humanos, no se hubiera dado ahora esta matazón de normalistas y la desaparición de varios más. Esto iba a explotar tarde o temprano; una pena total. Ojalá no se vuelva a dar un episodio así y tanto los maestros como las autoridades en el futuro, busquen un mejor entendimiento. De los delincuentes no hay mucho qué hacer o decir, más que atraparlos y castigarlos siempre que se pueda, sin ningún miramiento.

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