El Santo Rosario


Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

La belleza del Rosario consiste en que no es meramente una oración vocal; es, además una oración mental. Los hombres escuchan con agrado en muchas ocasiones representaciones dramáticas en las que, mientras se expande la voz humana, se oye también un fondo de música hermosa, dando dignidad y fuerza a las palabras. El Santo Rosario es algo similar. Mientras se dice la oración, el corazón medita la vida de Cristo, aplicada a la propia vida, a las propias necesidades. Y así como la cadenilla mantienen unidas las cuentas que pasan entre los dedos, así la meditación une las oraciones.

En el Rosario no sólo decimos oraciones, sino que las pensamos, metiéndonos en las escenas evangélicas: Belén, Nazareth, Jerusalén, El Huerto de los Olivos, El Calvario, María al pie de la Cruz, Cristo Resucitado, El Cielo… Todo ello pasa por nuestra mente mientras oran nuestros labios. 

Los grandes vitrales de las catedrales góticas invitan a los ojos a detenerse en pensamientos referentes a Dios, compartiendo su belleza con nosotros. El Rosario, al ir pasando las cuentas con los dedos, invita a nuestros labios ya nuestro corazón a hablar con María en una gran sintonía de súplica y de oración y por este motivo es la plegaria vocal más grandiosa que se haya compuesto el hombre. Y es muy agradable también a Cristo, puesto que le agrada a su Madre bendita, y porque en ella se habla bien de Ella y se le trata con cariño. A todo hijo le gusta que hable bien y se trate bien a su madre y Cristo ama con todo su corazón a María.

Todos los momentos de nuestra vida pueden y deben ser santificados y una gran ayuda para ello la tenemos en el Santo Rosario. Se pude rezar en familia o ante el sagrario y en ambos casos la Iglesia concede indulgencia plenaria si, además se por reza por el Papa, y quien lo reza se confiesa y comulga, aborreciendo el pecado. También se puede rezar caminando por la calle, al conducir el automóvil, mientras esperamos el medio de transporte público, cuando tenemos un compás de espera en algún lugar, en cualquier tiempo libre, etc. Todos esos momentos pueden ser santificados y empleados para contribuir con nuestra oración a alcanzar la paz y la tranquiliza de nuestra alma, para ayudar de modo eficaz a todos nuestros hermanos en la Iglesia y nos sirve además para cumplir  el precepto de Cristo: “es necesario orar siempre y no desfallecer”.

Las letanías son uno de los modos de oración más comunes utilizados por la Iglesia para la oración comunitaria.

Cada invocación la anuncia  un solista y responde el pueblo. Su origen se remonta a la oración del pueblo hebreo.

La Letanía que rezamos en el Santo Rosario no pertenece al formulario litúrgico, pero se ha hecho muy popular.  Su origen se remonta probablemente hasta antes del siglo XII. Comienza con el Kyrie, eleison (Señor, ten piedad) y unas invocaciones a las Tres Divinas Personas; sigue luego una bella lista de alabanzas a la Santísima Virgn a las que se responde Ora pro nobis (Ruega por nosotros) y concluye con el Agnus Dei (Cordero de Dios), la forma actual en la que rezamos fue la que se adoptó en el santuario mariano de Loreto, en Italia, y por eso se le llama Latenía Lauretana.

Desde 1587 el Papa Sixto V la aprobó para que se rece en toda la cristiandad y su Santidad Juan Pablo II aumentó la más reciente invocación-alabanza: Madre de la Iglesia.

Debemos rezar entonces la letanía con devoción creciente, con amor filial, con gozo de tener una Madre con tantos títulos y perfecciones, recibidos de Dios por su maternidad divina y por su fidelidad plana.

Conclusión

La Virgen María interne por todos sus hijos y nunca deja de premiar con su ayuda a quienes la tratan como Madre rezando con devoción el Santo Rosario.

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