Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com
Una fría tarde en el campo. Varias personas conversan alrededor del fogón de leña en casa de don Venancio. La conversión pasó del trabajo a la política y fue a caer en los problemas religiosos de la comunidad.
Después de una pequeña pausa, en que se oía el crepitar de la leña en el fogón, Venancio preguntó al compadre Juventino, por qué no había ido a misa el domingo pasado. “¡Ah! Compadre. Estoy perdiendo el gusto de ir a la Iglesia. Solamente se ve lo que no conviene, y solo se escucha lo que no se debe escuchar. Prefiero rezar en casa”. Dijo el hombre.
Venancio estaba fumando un enorme puro que se apagaba a cada instante. En un momento dado, encendió el puro con un tizón y un poco distraídamente lo puso fuera de la fogata, lejos de los otros tizones. La charla continuó.
Cuando fue a coger el mismo tizón para encender de nuevo su puro, el tizón estaba apagado: “¡Vaya!, ¿Por qué se apagó este tizón?” Preguntó Venancio. “Muy sencillo -respondió Juventino-. Lo sacaste fuera del fuego. Si está aislado, se apaga. Allí es donde quería llegar. El tizón se mantenía rojo y encendido cuando estaba junto a los demás. Fue suficiente aislarlo para que se apagara poco a poco”.
Cada uno de nosotros es un tizón ardiente, mientras permanece unido en la oración y la eucaristía a Jesús. Si se nos ocurre vivir separados de Él, nos convertimos en pedazos de carbón. Juventino entendió muy bien la lección.
Esta lección que nos presenta la historia de los dos compadres Venancio y Juventino, nos debe servir a todos, porque muchas veces nos da flojera asistir a la San Misa los domingos y dias de fiesta y se nos olvida que lo único que vamos logrando es apagarnos poco a poco en nuestra fe y después preguntarnos por qué se me dificulta tanto vencer las tentaciones.
¡No dejemos nuestra misa dominical!
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