Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com
Eran cinco hermanos ciegos, todos ya de cierta edad. Vivían en la ciudad de San Carlos. Las noches y los días eran iguales para ellos.
Pero aquellos ojos apagados, no impedían que de su semblante irradiase un brillo indefinible, y una simpatía contagiosa. Antonio era el más platicador. Inclinado en su poltrona, con un rosario completo en la mano, contó su historia al misionero:
¨Soy ciego hace 31 años y soy muy feliz en esta silla. En 1940 ya estaba ciego, pero me rebelaba contra mi enfermedad. Tuvimos misiones redentoristas en nuestra ciudad. Las predicaciones del misionero llegaban hasta nuestra casa por el altavoz, y atravesaban la ventana de mi cuarto. Sentado en mi silla, empecé a escuchar con mucha indiferencia, de repente mi corazón empezó a ablandarse. Cuando me di cuenta, estaba de rodillas en el suelo, dando gracias a Dios por mi ceguera. Los ojos del cuerpo seguían ciegos, pero los ojos de la fe empezaban a abrirse. Aquellos benditos misioneros, habían encendido una luz en mi vida. Aquí estoy hace más de treinta años, cada vez más feliz. Paso el tiempo rezando. Consigo rezar varios rosarios completos al día.
Verdaderamente Dios obra maravillas cuando menos lo imaginamos, pues así como ablandó el corazón de Antonio que llevaba 31 años ciego, así podrá seguir todos los días en las distintas partes del mundo haciendo el milagro de que muchos corazones adormecidos por el vicio o por la desesperación, que parecen de piedra, se vuelvan a Dios y comiencen una nueva vida ¿y tú qué tan duro tienes el corazón?
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