Ahora que me acuerdo (7)
Gustavo González Godina
Vivíamos en la ciudad de Tepatitlán, la más bonita de la región de Los Altos de Jalisco (aunque San Miguel el Alto no se queda atrás), en el número 839 de la calle Amado Nervo, en el llamado Fraccionamiento La Gloria para el rumbo donde vive la gente bonita de Tepa, aunque mi familia no alcanza esa categoría aún (y como dijo Don Teofilito, ni la alcanzará). Era entonces (hace 24 años) una casa nueva y las casas de toda la cuadra también, y las de enfrente igual, sin embargo ocurrió algo rarísimo que toda mi familia y los vecinos recuerdan aún.
A la izquierda de la casa mencionada, viéndola de frente, había otra que normalmente estaba vacía, era de un par de monjas (de edad avanzada las dos) que la visitaban cada mes, llegaban un día y se iban al siguiente; al otro lado de esa vivía un joven que trabajaba en Telmex, con su esposa y un niño muy pequeño, y a la derecha nuestro vecino era un electricista, Don Chon, que tenía esposa y dos hijos jóvenes. Los menciono porque a ellos les consta lo que voy a contar.
Un día sin más ni más escuchamos un ruido en la casa de al lado, la de las monjas, donde sabíamos que no había nadie porque la mayoría de los vecinos nos enterábamos de cuando estaban y cuando no. A las 11 de la noche se escuchó como si hubieran movido un mueble pesado: ¡brrrooom! No le dimos importancia porque era la primera vez, pero a la noche siguiente se repitió a la misma hora. ¡Ah chingao! qué será eso -pensé solamente-, las monjas no están y alguien movió un mueble.
Luego lo empezó a escuchar también el resto de la familia, todas las noches a las 11, minutos más minutos menos pero casi siempre muy puntual: ¡brrrooom! Y entonces sí ya me entró la curiosidad. Sobre todo porque en ese tiempo se usaba mucho que los malandros, narcotraficantes, secuestradores y demás delincuentes organizados, tenían como guarida dos casas, una en la que vivían y otra en la calle de atrás, que se comunicaban por medio de un túnel que usaban para escapar cuando les andaba llegando la lumbre a los aparejos.
Y es que en la calle de atrás, la Agustín Ramírez, más o menos en la misma dirección que la casa sola de las monjas, vivían unos malandros. Lo suponía yo porque al salir de mi casa en el carro le daba la vuelta a la manzana para ir al centro de la ciudad donde estaba mi trabajo, y al pasar por esa cuadra (la de atrás) en la puerta de una casa había siempre dos hombres, en la acera de enfrente donde no había casas sino sólo una prolongada barda, otros dos, y al terminar la cuadra en la esquina había con frecuencia tres.
Llegué a imaginarme, por eso, que podría estar escondido ahí algún capo de las drogas, por tanta vigilancia en esa casa. Pero no, arriesgándome a que fuera su cómplice le comenté al jefe de la policía y éste me contestó que no me preocupara, que era una banda de robacarros y que eran inofensivos, ajá.
Pero yo me seguí preguntando quién jijos movía ese mueble por las noches y para qué. Llegaron a escuchar el ruido personas que llegaban a visitar a mi familia procedentes de Guadalajara y que se quedaban a dormir, les decía yo “pon atención, a las 11 de la noche se va a escuchar un ruido aquí al otro lado, aunque la casa está sola”. Y no fallaba, a las 11: ¡brrrooom! arrastraban el mueble.
Y para completar el misterio, cada mes cuando llegaban las monjas traían bastante despensa, se bajaban de un taxi con varias bolsas del supermercado, para qué o para quién si se iban al día siguiente… ¡Qué madres! pasa aquí me preguntaba yo, ¿hay bajo la casa un sótano, en el que estas rucas tienen escondido y preso a alguien?, o ¿hay un túnel que da a otra casa y tienen que mover un mueble para salir y entrar por ahí?. Le pregunté a mi vecino Don Chon si escuchaba él los ruidos y dijo que sí, pero que él creía que eran en mi casa; le pregunté al otro vecino, al que trabajaba en Telmex y me dijo lo mismo “sí, lo escuchamos todas las noches, pero mi esposa y yo pensamos que era en la casa de ustedes”. Ah que la…
Me llegué a poner como loco. Me acostaba en el sofá de la sala, pegadito a la pared que daba a la casa de las monjas, y cuando se acercaban las 11 de la noche pegaba yo la oreja a la pared para oír mejor, y a la hora de costumbre ¡brrrooom! el mueble. Hasta llegué a gritar: “¡Quién es!”, “¿es de este mundo o del otro?”, “si es alguien del otro mundo dígame, ¿le puedo ayudar en algo?”. Y contestaba mi hija Gabriela desde su recámara: “Sí cabrón, en que nos dejes dormir”.
Oh que la… Tenía que entrar yo a esa casa para revisarla palmo a palmo y tratar de descifrar el misterio. Pero cómo… Me podría meter yo como un ladrón, al fin que no estaban las monjas, pero estaría cometiendo un delito. Cómo le hago, cómo le hago… le daba yo vueltas al asunto. Hasta que me platicó mi esposa algo que yo no sabía, que nuestro vecino Don Chon les hacía trabajitos a veces a las monjas, de electricidad, de fontanería… Y dije ¡de aquí soy!
Fui y hablé con mi vecino, le dije “oiga don Chon, tenemos que averiguar qué pasa en esa casa, quién o qué provoca esos ruidos que escuchamos todas las noches, yo no tengo ninguna relación con las monjas pero usted sí, qué le parece si la próxima vez que vengan vamos a verlas y entramos a la casa con algún pretexto”. Estuvo de acuerdo, me dijo que le avisara cuando las viera.
Dicho y hecho. Las estuve cazando y el día que llegaron, en cuanto se bajaron del taxi con sus bolsas de mandado y entraron a su casa, fui corriendo a avisarle a mi vecino: “Don Chon, don Chon ¡ahí están!, ¡ahora es cuándo!”. Vamos -me dijo y ahí vamos y tocamos a su puerta. Enseguida nos abrió una de ellas a la que le dije “buenas tardes madre, oiga, ¿no se han metido a robar a su casa?, porque ya les han robado a algunos vecinos y la otra noche escuchamos algunos ruidos aquí”. No -dijo la reverenda- no se ve que nos falte nada. “¿Segura?, ¿ya revisaron bien?, ¿no se ven huellas de que se haya metido alguien por el jardín en la parte de atrás?” Pues no, no hemos revisado ahí pero pasen, ya que están aquí acompáñenos a revisar… ¡Eso era todo!
Y allá vamos Don Chon y yo a revisar en el jardín, y ya en el camino, mientras recorríamos la casa hasta la parte de atrás, les dijimos a las monjas que todas las noches se escuchaba un ruido. Se asustaron y nos dijeron “revisen revisen”. Y como de eso estaba yo pidiendo mi limosna, obviamente en el jardín no había ninguna huella de nada, pero desde allá me vine revisando cada recámara, cada closet, debajo de cada cama, quería yo encontrar la entrada al túnel o al sótano, pero ¡nada!, en la cocina, el comedor, cada rincón… ¡Nada!
Hasta que llegamos a la sala, cerca ya de la puerta de salida, me quedé un momento observando el sofá, el más grande de los muebles, lo empujé y ¡brrrooom! el ruido de cada noche. “Madrecitas -les dije- no es por asustarlas, pero diario a las 11 de la noche escuchamos este ruido, no sé quién moverá el sofá, o si se mueve o no, pero este ruido no falla. ¿Se murió alguien en esta casa?” -les pregunté y me contestó una de ellas: Sí, hará cosa de cinco años falleció la Nana aquí de la Hermana, que era además su madrina y por eso le decíamos Nina.
Así que era la Nana Nina, como el personaje de Tres Patines. “Pues diario escuchamos ese ruido Madre, cada noche… Y ahí nos vemos” y nos salimos de la casa.
Pues al rato, cuando salí de mi casa para ir al centro, caminando, al pasar frente a la casa de las monjas vi por la ventana que estaban las dos fajadas a rece y rece, de rodillas y con veladoras encendidas. ¡Coño! Y ya en la noche me platicó mi esposa que rato después llegó un sacerdote y roció agua bendita por toda la casa recitando las oraciones de rigor, o sea que según yo exorcizó la vivienda. Y no me la va usted a creer, pero nunca más se volvió a escuchar ese ruido.
Después bromeaba yo por las noches y gritaba “¡Qué pasó Nana Nina!, ¿ya te aplacaron?”. Mi esposa y mis hijas me regañaban, pero yo estaba satisfecho, mi curiosidad estaba satisfecha porque habían cesado los ruidos. ¿De qué se trató? no lo sé, ¿cómo fue que dejaron de oírse tras de los rezos, las veladoras y el agua bendita?, tampoco lo sé. Pero juro que así fue y hay testigos, ahí viven todavía mis ex vecinos.
Le contaré del ánima de Chito León y del dinero que éste dejó enterrado…
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