Diamantes en el crucifijo



Una señora perdió a su marido y se quedó con sus hijos y algunas deudas. Como pasa siempre que se queda viuda una mujer, aparecieron acreedores y mucha gente que quería aprovecharse.

Asediada por todas partes, la pobre viuda reunió a sus hijos en una habitación para rezar. Quitó de la cómoda un bello crucifijo que había recibido en herencia y guardaba con cariño. Le tenía gran aprecio, no tanto por su valor artístico como por su valor afectivo.
Y así, empezó a rezar mientras apretaba la cruz con las manos. Sus hijos no podían aguatar el sueño, por lo que los acostó y continuó su oración, cada vez con más fervor y confianza.

Angustiada a más no poder, apretó con fuerza el crucifijo y sintió estallar algo. La madera se había partido por la mitad y había dejado al descubierto unas piedrecitas brillantes. Ella ignoraba aquello, tal vez ni siquiera lo sabía quien se la había dado en herencia. 

El artista del crucifijo había tenido la ocurrencia de esconder dentro de la madera unos pequeños diamantes. Solamente quien conociera  el secreto podría quitarlos sin dañar el crucifijo. De este modo fue escuchada su oración. Pudo pagar sus deudas y guardar un poco para el futuro.

Dice Jesús en el Evangelio que la fe mueve montañas y en este sencillo relato se comprueba que sí es verdad, porque aquella pobre mujer con su grandísima fe consiguió que sus problemas tuvieran pronta solución. Hay que  tener fe.

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