Accidente fatal



Ludivina tenía 15 años cuando, patinando en el hielo con unas amigas, recibió un gran empujón y se cayó. Al caer se fracturó la columna y se partió las costillas. El accidente fue fatal. La medicina no tenía solución. Tuvo después una infección pertinaz con dolores atroces.

Un día, desesperada por el dolor, se tiró de la cama y casi se partió en dos a los pies de su padre que lloraba. La herida se gangrenó y su cuerpo se transformó en un vivero de gusanos. A los tumores y heridas se añadió otra enfermedad terrible que consumía poco a poco la carne de uno de los brazos, dejando el hueso al descubierto. Terribles neuralgias deformaban el rostro de la joven.

Perdió el ojo derecho, y con el izquierdo no podía ver la luz sin sangrar. Una especia de cáncer le perforó el pecho. Durante los primeros años de la enfermedad, apenas podía comer un pedazo de manzana asada. Más tarde ni siquiera la manzana. Debía contentarse con agua azucarada, o un vaso de vino con agua. El sueño se le fue completamente.

Tumbada de espaldas, perdiendo la piel como una corteza de árbol, permaneció así treinta y ocho años. Durante todo ese tiempo no durmió más de 20 horas. Al verse prisionera en la cama, lloraba muchísimo y casi se desesperó.

“Hija mía, le decían, piensa un poco en la pasión del Redentor. Es la única manera de encontrar solución para tu dolor”.

No fue fácil, pero fue el remedio que la libró de la desesperación y la rebeldía.

La historia de esta muchacha es muy conmovedora y nos parte el alma al saber cuánto sufrió y su familia junto con ella.

Qué bueno que encontró el remedio a su dolor al meditar en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y qué bueno que siga siendo el remedio para todas nuestras penas.

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