Había una vez un rey que estaba a punto de morir y mandó llamar a uno de los bufones de la corte para que le divirtiera con sus chistes y su humor. Pero ni sus mejores chistes le arrancaban una sonrisa.
-“¿Por qué está tan triste, Majestad?”.
-“Porque voy a hacer un largo viaje”.
-“¿Pero si va a hacer un largo viaje, cómo es que no está preparado? No veo maletas, ni ropa, ni caballos”.
-“Ese es el problema. He estado tan ocupado con otras cosas que ahora tengo que enfrentarme solo”.
-“Tenga mi gorro y mis campanillas, porque ahora comprendo que usted es más tonto que yo. Va a hacer el viaje más largo de su vida y lo único que se le ocurre es llamarme para divertirle”. Al terminar el año litúrgico, el calendario de la iglesia nos invita a todos, pequeños y grandes, a preparar el viaje más importante de todos: el viaje a los brazos del Padre.
Todos nacemos con el billete de regreso a Dios ya en la mano. Es el único billete que se nos da gratis. Pero como en el cuento del rey, vivimos tan preocupados por tantas cosas, tantos negocios, tantas luchas, y tan perdidos en este laberinto de amores y desamores, que la vida se nos pasa y no preparamos el viaje a la nueva vida.
Estamos llegando al final de un año litúrgico, que no sea uno más de los que ya hemos vivido. Aprovechemos estos días que nos quedan para hacer un alto, descubrir si hemos aprovechado las oportunidades maravillosas que Dios nos está concediendo.
Esas oportunidades maravillosas que Dios nos concede cada día pueden ser: la Santa Misa bien participada con la Sagrada Comunión, el rezo del Santo Rosario en familia, porque de esa manera se apagan los odios, las envidias y las venganzas, además algunas obras de caridad.
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