Un ministro había predicado un sermón muy impresionante acerca de la obra de salvar gente. Después de esto una mujer se le acercó y le dijo: “Yo soy una pobre viuda, tengo varios niños, y tengo que trabajar tejiendo desde muy temprano por la mañana hasta muy de noche. ¿Qué tiempo me queda para ayudar?”
Él la miró bondadosamente y le dijo: “¿Quién le trae la leche?” Ella contestó: El lechero. Él le preguntó: “¿Quién le trae el pan?” Ella respondió: El panadero. Él sonriente la miró y le dijo: “Hermana, que Dios la ayude”. La mujer se fue a su casa y como ya era de noche se acostó pero no pudo dormir ni olvidar las palabras que él le dijo, y estuvo pensando en su deber de ganar gente.
La mañana siguiente se levantó más temprano que de costumbre y no sacó la botella vacía. Cuando el lechero llegó y no vio dicha botella tocó la puerta, salió la señora y con voz temblorosa le dijo al lechero: Escúcheme usted un momento por favor. Quiero hacerle una pregunta: ¿Alguna vez usted ha pensado en el lugar a donde irá cuando muera? El lechero la miró con ansiosa mirada y le dijo: esta pregunta ha estado molestándome durante las dos últimas semanas. La señora le dijo: Entre usted y le diré algo sobre este asunto. Ella lo condujo a Cristo y él lo aceptó como su Señor.
El en corto espacio de un año aquella señora ayudó a 26 personas a que aceptaran al Señor Jesús.
A veces pensamos que para ayudar a otros a que se acerquen a Dios se necesitan muchos materiales y mucha preparación, pero lo cierto es que donde quiera que estemos vamos a poder proporcionarle a algunas personas un servicio de apostolado que le ayude a vivir más cerca de Dios. Hay que intentarlo.
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