Los médicos habían luchado desesperadamente para salvar la vida de Regina, una niña de tres años. Lloraban desconsolados sus padres, que no salían del hospital desde hacía varios días. Pero había en el hospital otro caso muy delicado. Una niña, también de tres o cuatro años, corría el riesgo de quedarse ciega para siempre si no encontraba una niña de su misma edad que le donara los ojos.
El caso era urgente. El cirujano, aún a riesgo de parecer rudo, expuso a los padres de Regina la delicada situación, y pidió su permiso para hacer un trasplante de los ojos de Regina para Raquel. La reacción fue brusca:
- Nunca lo consentiremos. Eso vendría a aumentar nuestro dolor.
- Pero ella no tiene padre ni madre. Es pobre. Solamente ustedes pueden salvarla. A la misma Regina le gustaría. Sus ojitos continuarían viviendo en la cara de Raquel. Estoy pidiendo en nombre de la caridad cristiana.
El tiempo apremiaba. El médico esperaba, impaciente y con esperanza.
La madre rompió el angustioso silencio y dijo:
- No podemos permitir que la pobrecita se quede ciega por culpa de nuestro egoísmo.
El papá, con la voz ronca del que acaba de librar una gran lucha interior, concluyó:
- Raquel es huérfana y pobre. Le damos los ojos de Regina, y en adelante Raquel será también nuestra hija.
Muchas veces nos cuesta trabajo desprendernos de algún objeto, cuánto más de una parte de nuestro cuerpo.
Pero la caridad cristiana siempre sale triunfando.
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