Caras vemos, corazones no sabemos



Por el padre Miguel Ángel

Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus canosos cabellos al viento y sus vestidos harapientos. La anciana musitaba algo entre dientes mientras recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa. Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana, y los tres hijos pequeños así lo hicieron, quedándose cerca de sus padres. Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo. Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los pies.

Lo primero que  nos enseña esta anécdota es la gran humildad y espíritu de servicio de aquella ancianita que sin mucho llamar la atención estaba beneficiando en su trabajo sencillo a muchas personas para que no se dañaran sus pies al caminar por la arena, sobre todo los niños que muchas veces corren y juegan sin fijarse donde pisan.

Pero la mejor enseñanza es que no debemos juzgar a nadie por su apariencia, porque dice el dicho "Caras vemos, corazones no sabemos".

Qué importante es saber mirar a toda la gente con ojos limpios, sin prejuicios a nadie. Hasta que no tratemos a las personas, no sabemos cuales son sus verdaderas intenciones.

Qué buenos que aquellos papás al fin de cuentas supieron la verdad sobre aquella anciana que no quería hacer daño a los pequeños, sino evitarles que se cortaran sus pies.

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