Por el padre Miguel Ángel
Es un día caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidió
ir a nadar en la laguna detrás de su casa.
Salió corriendo por al puerta trasera, se tiró en el agua y nadó feliz.
Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana, y vio con horror lo que pasó.
En seguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndola el
niño se alarmó y miró nadando hacia su mamá. Pero fue demasiado tarde. Desde el
muelle la mamá agarró al niño por sus brazos, justo cuando el caimán le
agarraba las piernas. La mujer jalaba determinada con toda la fuerza de su
corazón. El cocodrilo era más fuerte pero la mamá era más apasionada y su amor
no la abandonaba.
Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una
pistola y mató al cocodrilo. El niño sobrevivió y aunque sus piernas sufrieron
bastante, aún pudo llegar a caminar.
Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le
quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levantó la colcha y se
las mostró, pero entonces, con gran orgullo se remangó las mandas y dijo:
"Pero las que usted debe de ver son estas". Eran las marcas de las
uñas de su mamá que habían presionado con fuerza. "Las tengo porque mamá
no me soltó y me salvó la vida".
Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas
son causadas por nuestros pecados pero otras son las huellas de Dios que nos ha
sostenido con fuerza para que no
caigamos en las garras del mal.
Recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma es porque Dios te ha
agarrado demasiado fuerte para que no caigas.
Qué buena oportunidad este tiempo de Cuaresma para acercarnos a
Jesucristo que se nos presentó en la persona del Sacerdote y pedirle que nos
cure esas cicatrices causadas por nuestros pecados y que nos de su perdón para
poder recibirlo en la Sagrada Comunión.
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