Por el padre Miguel Ángel
Nos llegó esta carta, por el día 3 de diciembre "Día del Seminario de San Juan" y dice así:
Estimados lectores:
Nuestra Diócesis en los años que lleva de existencia, ha sido bendecida por Dios con las necesarias vocaciones sacerdotales "Motivos fuerte para agradecer al "Dueño de la Mies" por haber provisto de operarios para sus campos. Además, nuestro Seminario no sólo ha formado sacerdotes, sino que ha contribuido para que en él se forjen cristianos que, sin recibir la consagración sacerdotal, hoy son apóstoles de su propio ambiente, fermento de fe y amor a Dios en sus comunidades.
Actualmente nuestro Seminario Diocesano cuenta con 397 alumnos distribuidos en seis casas de formación, un número considerable, si se tiene en cuenta que en muchas diócesis no tienen ni la décima parte de los que aquí hay. Este dato más que llevarnos a la pasividad y al conformismo, debe motivarnos a la gratitud con el Señor, porque ha querido fijar sus ojos en nuestras tierras y ha querido llamar a muchos al sacerdocio.
Al mismo tiempo, debemos seguir suplicando insistentemente al Señor, que siga enviando más trabajadores a su viña, ya que las necesidades son cada vez mayores y se requieren abundantes sacerdotes que sigan trabajando a tiempo y a destiempo, para que sean ellos quienes nos ayuden a descubrir los signos de Dios que viene y que está con nosotros, para que nos encaminen al bien, alejando nuestros pasos de todo lo que entorpece nuestro corazón. Pidamos al Señor también que nos conceda sacerdotes que sean maestros de oración, que nos ayuden y enseñen a estar preparados a su venida.
Un aspecto central de lo que estamos reflexionado está en la familia. Ella es considerada el primer seminario; ha sido llamada célula principal y vital de la Iglesia y de la sociedad. Si nuestras familias andan mal, la sociedad y la Iglesia van a sufrir un desequilibrio. Por eso hoy que celebramos "El Día del Seminario", veamos hacia adentro de nuestra familia y con sinceridad reconozcamos las cosas que no hacen de ella una Iglesia doméstica y que le impiden ser germen y fermento de santas y abundantes vocaciones no sólo al sacerdocio, sino también a la vida consagrada, misionera y matrimonial.
Para que un sacerdote sea un buen pastor en una comunidad, se requiere, en primer lugar, que éste acepte con amor el destino que se le encomienda, para que Dios pueda actuar en él. Sólo así podrá proyectar lo que en el Seminario aprendió y colaborará a que la comunidad que la Iglesia le confía sea una comunidad convertida, que viva más en comunión y que sea más solidaria. Pero también necesita el sacerdote estarse configurando continuamente con Cristo, Buen Pastor y para lograrlo, necesita que la comunidad a la que está sirviendo lo apoye con su oración y lo reciba como un regalo de Dios.
Dice un dicho que cada comunidad tiene los sacerdotes que se merece. Una comunidad que continuamente pide a Dios por las vocaciones jamás se verá desprovista de la bendición de un sacerdote. Según sea el fervor y el amor de una comunidad, será el número y la calidad de los seminaristas y sacerdotes que de ella broten y que ella sirvan. Ellos son llamados de una comunidad y de una familia concreta de la cual son reflejo. Por eso la necesidad de apoyarlos siempre y en todo lugar para que sean fieles. Este apoyo lo puede brindar la comunidad con el testimonio de vida auténticamente cristiana, con su oración, con su ayuda moral y material. Se han preguntado alguna vez hermanos ¿Cuántos seminaristas habrá dejado el Seminario porque les faltó apoyo, porque no rezamos por ellos, porque no los animamos, porque no los corregimos?
El lema para esta ocasión será: "Señor, danos sacerdotes santos, según tu corazón". Con esta frase, recordamos que la eficacia en la labor apostólica no dependen sólo ni principalmente, del número de sacerdotes sino, sobre todo, de la calidad y santidad de vida de nuestros pastores.
Tenemos que crecer en la conciencia de que las vocaciones sacerdotales son un signo de la madurez y vitalidad de nuestras comunidades. Ellas son la respuesta de Dios providente, a la comunidad orante. Tenemos que orar también para que perseveren los que han sido llamados, de tal manera que nuestra diócesis reciba en cada recién ordenado, a un sacerdote alegre, trabajador, de oración asidua y siempre disponible al servicio, en una palabra: un hombre de Dios.
Agradecemos su amor por el Seminario y su generosidad. Pedimos al Dios que está por venir los siga bendiciendo y colmando de sus bienes en esta vida y después con la gloria eterna.
0 Comentarios