Los maestros de antaño
Por Juan Flores García
Cómo dejar de mencionar aquellos maestros que nos guiaron con amor y profesionalismo. ¿Quién no recuerda a sus maestros de la infancia?: Don Flavio Medrano Vásquez, hombre que tenía muy en alto su profesión, que con su cariño y amor guíaba en el saber a su grupo de pequeños. Doña Filomena Agredano, maestra que impartía la enseñanza con tanta severidad, que utilizaba aquella temible vara de membrillo para golpear. La señorita Doña Concha Hernández, la señorita Justa Pozos, la señorita Lolita y algunos otros que escapan a mi memoria.
Empezaba a impartírsenos el conocimiento con el famoso silabario de San Miguel, cuando pronunciábamos: la “p” con la “a” “pa”, la “l” con la “e” “le”, la “l” con la “o” “lo”, “lelo”; y que decir cuando ya comenzábamos a leer con aquel famoso libro “Poco a Poco” y el otro “Adelante”, verdadera enseñanza. Cuando entrábamos a la escuela se nos pedía la famosa pizarra y el pizarrón.
Un maestro poco conocido en el medio urbano, lo fue don Encarnación González (don Chon); impartió su enseñanza en el medio rural. Hombre muy pobre que era sostenido con el escaso dinero que le proporcionaba algún hombre rico que lo contrataba en el rancho. Sostenía con esa miseria de unos cuantos pesos, a su señora madre, su hermana y su esposa; no tuvo hijos. Este maestro, muy humilde impartía su enseñanza con amor, con paciencia, con un grado muy alto de cultura. Tenía conocimientos de catedrático. En la campaña presidencial del General Cárdenas, durante su gira por esta región, el candidato supo de él y le ofreció llevarlo al Distrito Federal para que impartiera clases en la Universidad. Él, modestamente declinó la oferta; su sitio estaba con sus niños pobres, en el rancho. Cada fin de semana venía a Tepa, hacía su recorrido a pie desde el rancho. Venía al correo a recoger libros, no me explico cómo adquiría esos volúmenes, siendo tan pobre. Formó una gran biblioteca en su casa, que gente que supo el valor de estos libros y abusando de su pobreza, en los últimos años de su fructífera vida y ya radicado en Tepa, por la calle Moctezuma, fueron a él y a cambio de nada le pedían ese tesoro cultural. Murió en 1975, olvidado por todos.
Para los maestros nuestros de antaño, un reconocimiento eterno, recordando que así fue Tepa en el tiempo.
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