¡Feliz Navidad!
Por Juan Flores García
Hoy, por todos los medios de publicidad se pregona este deseo: ¡Feliz Navidad! Mediante el anuncio de cierto artículo, se invita a consumirlo; no hay sinceridad en el deseo. Nos invitan a gastar, la mayoría de las veces, en algo que nos han importado, sobre todo del vecino país del norte, sólo por lo novedoso del mismo y que muchas veces nos resulta inútil. ¡Qué diferencia la de aquellos años treinta, época muy importante para mí, ya que en ella transcurrió mi niñez! En ese tiempo, los niños pobres pedíamos al Niño Dios nos trajera: un cochecito de madera, una carretita, un molde para hacer adobes y formar palomeras, afición ésta que era posible cultivar a través del intercambio de unos a otros. Antes de este día, asistíamos al novenario de posadas, al rosario. Con todo nuestro sacrificio lográbamos comprar la gúijola, artefacto hecho en forma de pirámide de hojalata con un orificio para llenar de agua, y un tubito que se soplaba con la boca para producir un típico tono musical. Estos instrumentos musicales los hacía Don Serapio Cornejo, un hombre muy bondadoso, que además de ser muy pobre, era un gran artífice de la hojalatería y un excelente músico que tocaba en La Banda Municipal. Católico práctico, que cuando no alcanzábamos a cubrir el importe de dos a cinco centavos las más grandes, nos las regalaba.
Así pues, proseguían los días hasta llegar la Noche de Navidad, en que esperábamos con ansiedad el amanecer del día 25 y encontrar en nuestro plato el tan deseado regalo, pedido a través de la tradicional cartita. ¡Qué decepción tan grande al encontrar nuestro plato vacío!, si acaso un puño de cacahuates o un pedazo de caña. Compensaba en mucho nuestra decepción la jamaica organizada por el Padre Guzmán, ya que con boletos dados por asistir a la doctrina, marcados o con dos o diez centavos, comprábamos antojos varios, desde maría gorda, hasta pozole. Un año, un grupo llamado Centro Obrero, formado por hombres de marcada pobreza pero de buena voluntad, hizo posible que en la plazuela, se quebraran por lo menos cincuenta piñatas y se confeccionó una gran rueda de la fortuna, hecha de carrizo, a la que mediante un mecanismo sencillo, la hacían girar. ¡Cuánta alegría nos proporcionaron esas personas ya desaparecidas! Y por eso decimos que así fue Tepa en el Tiempo.
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