Los tesoros

Por Juan Flores García

Entierros les hemos llamado a los tesoros escondidos, al dinero enterrado por las personas que mucho tuvieron en monedas de oro y plata. Tanto había que por no haber en que invertirlo, ni bancos donde guardarlo, lo enterraban, más que nada, porque bien sabemos que no había ninguna seguridad con las refriegas que tuvimos con eso de las revoluciones.

En muchos lugares de las casas que tenían su buen corral, había donde guardarlo. Muchos fueron los entierros que hubo y que con el tiempo fueron descubiertos, más por casualidad que por buscarlos. Desde cuando estábamos bien chamacos, oíamos a la gente mayor que en tal o cual lugar había un tesoro, su servidor tuvo muchos asomos de que en el terreno en que nació había dinero enterrado. Era un terreno dividido en tres lotes de trescientos metros cuadrados cada uno, los separaba solo por una hilera de órganos y nopales a lo largo del terreno y una cerca de piedra en el fondo del corral que servía como división de un potrero propiedad de Don Ramón de Loza en el que tenía algunas vacas y sembraba en el tiempo de aguas maíz y frijol. Para qué querían división más fuerte si todo era seguro y aparte, éramos como quien dice una sola familia, mi abuela mi tía y mi familia.

Como ya hemos platicado de aquellos tiempos traviesos de muchos sustos y azoros por causa de la cristiada, a esos corrales llegaban lo mismo los cristeros que federales que iban de paso, pues este lugar está situado al poniente en la orilla de la población, pues por la calle Manuel Doblado a partir de la calle Nochistongo hoy 20 de Noviembre había un callejón que continuaba a la altura de la calle Matamoros con un camino por donde se llegaba a Tepa. Así pues cuando unos y otros salían en corretiza que el enemigo les daba, ándale que rápido que enterraban alguna olla, cántaro o botes repletos de monedas. También hemos dicho que tuvimos que irnos a otros lugares y pasado un año o dos volvimos y entonces se decía que en tal o cual rincón se aparece un ánima, o que se ve que se levanta una llama azulosa, o que se oyen ruidos, voces y sabrá que tantas cosas.

Sobre estos asuntos de azoros eran tantas las versiones que la gente sacaba, que nunca faltaba alguna persona que se quisiera hacer rico y para pronto algunos se ponían a buscar el tesoro. En ese terreno que les platico, habían dejado algunos entierros y resultaron algunos buscadores que con aquellas rústicas varillas de rama de romero en forma de horquilla sobre la palma de la mano iban guiándose hacia el lugar donde se clavaban y todos soltando sus sueños de hallarlo y ser ricos. Que aquí se clavaron, dijeron en una ocasión, un grupo de vecinos jóvenes compuesto por Merced Cabrera, José Salinas, su hermano Bonifacio y Luis Jáuregui que dispuestos a sacar el dinero.

Como cosa de chiste aquellos hombres que de todo llevaban para hacer los descansos, como pulque, botella de tequila o una bula con agua, según su gusto, en el lugar indicado se pusieron a escarbar en plena tarde del mes de marzo del año de 1932. Después de algún tiempo todos sudorosos le empinaban a lo que se les antojara para con más fuerzas, entre pláticas y bromas haciéndose ilusiones, volvían a darle duro a la escarbada. De pronto; ¡Pos que aquí sonó hueco! ¡Que se hundió el pico! ¡Por aquí Mercé!, le dice José que con el talache escarbaba, Luis sacaba la tierra con la pala y se la pasaba a Bonifacio el otro de estos cuatro que a buscar se pusieron.

Después de dos o tres horas de estarle dando al talache y no haber encontrado nada, todos sudados y cansados con las manos ampolladas, dejan por la paz la escarbada junto con sus ilusiones de dejar de ser pobres. Yo testigo fui a mis ocho años de edad de esta aventura como de otras que se estaba a la mano que por muchos fueron los intentos de encontrarlo y de hacerse ricos. Dicen que al que le toca el tesoro no necesita escarbar. Testigo también fui de un hallazgo en el terreno que menciono de don Julián de Loza en pleno mediodía; andaba un señor con su yunta de bueyes arando la tierra para sembrar. Como a treinta metros del lienzo de piedra que menciono dividía el terreno se encontraba un enorme árbol de fresno que daba sombra y frescura. Mi tiempo para jugar no se agotaba y resortera en mano, no escapaba ningún lagartijo que sobre la cerca caminaban. Entre encaramado sobre la cerca y viendo como el señor ocupado en arar, iba y venía de norte a sur y al llegar la hora de comer para su yunta, bajo el árbol se
sienta el señor y de su morral saca unos tacos para calentarlos para comer. Después de hacerlo, toma de su bule una buena empinada de agua y luego prepara un cigarro de hoja, lo prende con una brasa. Con mi vista seguía cada movimiento del señor y de pronto vi que escarbaba junto a él con la coa y miraba para todos lados, sacó de la tierra una olla como de cinco litros y apresuradamente en su morral vació su contenido y dejando la yunta se fue. Este hombre fue favorecido al encontrar sin buscar un tesoro enterrado. Así fueron encontrados en muchos lugares como este que menciono. Cuántos de estos se hallaron en los caminos que con el tiempo por el deslave de la tierra por las corrientes de agua que arrastraba la tierra, quedaban al descubierto los entierros que algunos lograron esta fortuna. Y por eso decimos que así fue Tepa en el Tiempo.

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