El arte de inyectar

Por Juan Flores García

En todo el tiempo que hemos vivido, nos vamos dando cuenta de que las cosas cambian y hasta disfrutamos de la forma de usar las cosas más cómodamente. Tantos adelantos que nuestros padres no pudieron conocer, porque no les alcanzó la vida para verlos, pero que a la vez les permitió que disfrutaran de una existencia más tranquila. Entre algunas de las cosas que se usaban mucho antes y que actualmente se siguen necesitando, es la costumbre de llamar a nuestros domicilios a las damas que se dedican o dedicaron a inyectar, aunque ya con menos frecuencia. Recordamos que pocas eran las que se dedicaban a ir al domicilio donde había un enfermo, pero cuando se necesitaba, acudían llevando todo su equipo que consistía en un estuche de metal largo con tapadera, donde adentro iba la jeringa y las agujas, se le vaciaba tantita agua y se ponía en la lumbre para que hirviera. Cuando no había estufas, la persona que iba a poner la inyección, hervía la jeringa poniendo el estuche sobre el comal. Se usaban agujas de diferentes tamaños y grosores, según la substancia que iban a usar.

Teníamos por ejemplo a una señorita que vivía por la calle Samartín que era muy solicitada porque sabía poner sueros, siempre la acompañaba su mamá doña Ventura, sobre todo si ya era de noche, porque había una gran obscuridad por falta de focos en la calle.

También ponía sueros e inyecciones la señora María de Jesús Flores, q.e.p.d. quien vivía por la calle Guadalupe Victoria, hermana de su servidor. La señorita Lupita González González prestaba sus servicios allá por Galeana numero 280. Por el barrio del Santuario del Señor vivía la señorita Lidia quien por muchísimos años trabajó en el Hospital de Jesús y vivía por la calle Pedro Medina y a pesar de que la aquejaban bastantes molestias en sus piernas, acudía hasta lugares lejanos a ejercer esa labor tan humanitaria de aplicar mediante inyecciones o sueros el medicamento que ha de devolver la salud a algún enfermo.

En el barrio del Santuario de Guadalupe o Barrio de la Plazuela como lo conocíamos, por muchos años la señorita María de Jesús Gómez de la Torre, que en gloria esté, acudía a nuestro domicilio o nos recibía amablemente en el suyo para ponernos la requerida inyección, como también lo hacían Consuelo Barba, Chila Álvarez, Carmelita, Consuelo Reynoso, Bertita Hernández, quien vivía en Jardines de Tepa y también allá era muy solicitada por sus vecinos. Toñita y la maestra Celina de la Torre.

La mayoría de estas personas ejercían una labor social, ya que no cobraban por inyectar una cuota fija, sólo aceptaban lo que voluntariamente se les quería dar y en la mayoría de los casos solamente recibían las gracias. Quizá usted tuvo de vecinas a Socorro Cervantes o a Juanita Gómez de López y habrá requerido de sus servicios.

En algunas ocasiones al hacer relatos semanales, nuestra memoria no recuerda los nombres de personas conocidas que están u ocuparon su vida al servicio de la sociedad o simplemente son o fueron miembros de familias que se han mencionado en estos escritos. Esto ha dado lugar a que algunas personas amablemente y como una aclaración nos dicen que no fue así tal o cual hecho o que faltó mencionar a tales o cuales personas y se presta a pensar que todo lo escrito es mentira. Su servidor les pide disculpas, porque si ha pasado esto, es porque me ha faltado tiempo para investigar bien como fueron los hechos, pero sobre todo, la intención es relatar las vivencias lo mas apegado posible a como sucedieron. Aunque las vivencias de su servidor en relación a algún hecho puede ser diferente a las de otras personas por haber vivido en barrios distintos o a las situaciones fueron de otra manera. Como puede ocurrir en este caso que me faltará mencionar a muchas personas que se dedican o dedicaron a tan noble profesión pero que desconozco sus nombres.

Volviendo al tema, decíamos que era necesario hervir la jeringa y las agujas para esterilizarlas y en algunas ocasiones éstas ya no estaban tan buenas, es decir, se ponían chatas y al aplicarlas nos dolía más el piquete. Por fortuna el avance de la ciencia hizo que ya no sea necesario hervir nada, ahora se compra una jeringa que después de usarla se desecha, así que solo basta tener a la mano el material y ahí va el piquete.

En la actualidad es más común que algún miembro de la familia haya tomado algún curso de primeros auxilios y se enseñó a inyectar, por lo que ya no es necesario molestar a alguna persona para que vaya al domicilio del enfermo. Lo que no cambia es el miedo que los niños de aquellos tiempos y del presente, sienten ante la sola mención de que se les va a poner una inyección, (aunque también hay muchos adultos que sienten el mismo miedo). Por eso por este medio hacemos un reconocimiento a todas esas amables y humanitarias damas que ayudaron a aliviar nuestras enfermedades al inyectar la medicina indicada para sanar nuestro mal. Desde luego que deseamos que todos tengamos salud para no tener necesidad de sentir el piquete. Aunque sigamos recordando el modo antiguo de hervir la jeringa sobre el comal, después en la estufa de petróleo y luego la de gas que es la que más pronto hacía el hervor. Una vez que se preparaba la inyección y nos la aplicaban, decíamos que la persona que lo hacía, tenía la mano liviana cuando apenas nos dolía el piquete, y por eso decimos que así fue Tepa en el tiempo.

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