+ ¿Todo eso en un mismo lugar? Sí, en Guanajuato
+ Cara de turista no tengo, pero las placas del auto…
+ Faltaron la Alhóndiga y la casa de Diego Rivera
Por Flavia Bustamante
Siempre le pido a mi marido que me lleve a conocer lugares de México y la semana pasada, para festejar nuestro aniversario, me sorprendió con la propuesta de pasar el domingo en Guanajuato.
Como todavía no me oriento muy bien que digamos en el mapa, me explicó que quedaba al oriente de Jalisco y ya medio me di una idea. Pero… y ahí le largué mi pregunta, ¿qué hay en Guanajuato? Y él con su santa paciencia (me gustaría saber dónde la venden porque genético no es) me explicó que había esto y aquello, que momias, El Pípila, El callejón del Beso, túneles, ciudad colonial, etcétera. No le creía que todo eso estuviera en un mismo lugar.
Me costó un poco despertarme ese día pero al ratito estaba con todas mis pilas, ¿o fue la cara de perro que puso mi esposo? No recuerdo bien. Total que desayunamos y pasamos por mi suegra y mi sobrina. Aclaro que no fueron el mal tercio porque no íbamos en plan romántico sino que era un viaje más bien de aventura.
Y allá fuimos. Estaba muy ansiosa, sería un camino de algo más de dos horas.
Podía verse cómo el paisaje iba cambiando, supongo que estaba a mayor altura porque de tanto en tanto se me tapaban los oídos.
Se veían cerros, en particular uno que parecía que lo hubieran cortado por la mitad; todo era hermoso y algunas partes se parecían a paisajes de Argentina.
Todo estaba bien menos la carretera, para lo que cobran y la cantidad de vehículos que por ahí pasan, es un robo.
De repente me dicen que habíamos llegado. Al entrar en la ciudad, varias personas al costado del camino nos hacían señas. Resultaron ser guías turísticos. Después me di cuenta (mucho después) que nos reconocían por las placas de nuestro auto que eran de Jalisco, y es que allá, en mi país, no hay distinción, todas son iguales. ¡Ya decía yo que no era por la cara de turistas!
Menos mal que uno de esos guías nos llevó a la ciudad porque se me descompuso la brújula mental con tantas vueltas. El muchacho nos explicaba que en Guanajuato por ser Patrimonio Cultural de la Humanidad, y con el fin de mantenerlo como ciudad colonial, no hay un solo semáforo, ni letreros luminosos en el centro.
Era de no creer eso de pasar por los túneles y ver que allí adentro había autos estacionados y hasta paradas de camiones. Llegamos al centro y dejamos el auto en el estacionamiento para comenzar el recorrido.
Pagamos nuestro tour pero como saldríamos un par de horas después, fuimos a conocer el Callejón del Beso. En cada lugar había guías que por la propina le contaban a uno qué había pasado allí. Resulta que tenía que besarme con mi amor en el tercer escalón y que si no lo hacíamos tendríamos no sé cuántos años de mala suerte y que mi esposo se volvería “jotito” ¿me habrá besado por supersticioso o por demostrar su hombría?
Pero la cosa no termina ahí, además nos explicaron las distintas clases de besos.
Beso del árabe: saliva va, saliva viene pero con la lengua se entretiene.
Beso del torero: oreja, cachete y agarrando el rabo.
Beso de la paleta: chupar y chupar hasta sentir llegar al palito.
Beso del microondas: 5 segundos y ya están calientes.
Beso del estropajo: un beso arriba y un beso abajo (del balcón, no sea mal pensado).
Beso del tamal: con un pedacito de carne adentro.
Beso del policía: agarrando la macana…
Y así uno tras otro. ¡Ay Dios! Era inevitable reírse con cada uno.
Luego seguimos con el Mercado Hidalgo donde compramos algunas artesanías para tener de recuerdo. Almorzamos y partimos con otras 8 personas a distintos lugares. Los caminos de la ciudad son muy estrechos y empinados, por momentos sentía que nos daríamos contra otro vehículo.
Empezamos por el Templo de Valenciana, que es una de las iglesias más adornadas de México, con muchos detalles en oro y construida en el siglo XVIII. A un costado había un museo que exhibía distintos instrumentos de torturas de la época de la inquisición. Más de una mujer actual se salvó de “vivir” en aquella época, resulta que las mataban por no haberse casado antes de los 20 años. Pero había para todos, para infieles, homosexuales, para los que hablaran mal de la Iglesia, etcétera. No sé ni por qué entré a ese lugar; a otros en cambio parecía divertirles todo lo que decían, incluso se ponían en la horca para tomarse fotos. ¡De terror ese humor negro!
Por suerte el siguiente destino fue una dulcería. Uno podía probar todo lo que vendían allí, nos dieron distintos licores para degustar y fue unánime, ganó el rompope. Todos salimos con alguna comprita, como no puedo tomar alcohol, me tuve que conformar con un rollo de durazno con almendras y unas bolas de coco.
Luego fuimos a la mina El Nopal, nunca había entrado en una y sentía curiosidad. Al entrar nos dieron nuestros cascos protectores. Se sentía frío y caía agua del techo. Había que caminar con cuidado para no caerse. El guía nos relataba sobre las condiciones en que trabajaban los pobres mineros. En aquel entonces era el único trabajo posible en Guanajuato y los trabajadores morían muy jóvenes, accidentados o por enfermedad.
Como se estaba haciendo un poco tarde, en vez de ir al museo donde están las momias, nos llevaron a la Casa de la Tía Aura. Ya nomás con ver unas gárgolas con colmillos y alitas de murciélago, uno podía imaginarse lo que se venía.
Era una casona del siglo XVIII ambientada con efectos de luces y sonidos donde una voz, la de la tía Aura, relataba lo que allí había sucedido. Un crimen. Ya me había dado la garrotera como al chavo del 8, estaba todo oscuro y el guía tenía voz de ultratumba. Cuando estábamos en el baño de esa casa, se oyó un fuerte ruido simulando el momento en que matan a la sobrina de Aura y pegué un grito ¡la p… madre! Dije sin querer queriendo. Por suerte la casa era pequeña y salimos pronto.
Para terminar nos dejaron en el monumento al Pípila que se encuentra en un punto con vista panorámica hacia la ciudad con sus casitas multicolores y edificios históricos.
Como le tengo terror a las alturas tomamos algunas fotos nomás y al estar nerviosa porque mi esposo se hacía el chistoso con eso de que se sentaba en el borde de un pilar, me olvidé de tomarle una foto al Pípila y tuve que hacerlo desde abajo, en el centro.
Pero no sólo yo le tengo terror a las alturas, mi suegra también; por eso en vez de bajar por el funicular, bajamos a pie por esos callejones estrechos hasta llegar al Teatro Juárez, en el centro.
Ya no tenía más fuerzas para caminar, me quedó pendiente La Alhóndiga de Granaditas y la casa de Diego Rivera. Prometo volver.
Guanajuato, una ciudad preciosa, Patrimonio Cultural de la Humanidad. No apto para cardíacos o personas con pie plano.
+ Cara de turista no tengo, pero las placas del auto…
+ Faltaron la Alhóndiga y la casa de Diego Rivera
Por Flavia Bustamante
Siempre le pido a mi marido que me lleve a conocer lugares de México y la semana pasada, para festejar nuestro aniversario, me sorprendió con la propuesta de pasar el domingo en Guanajuato.
Como todavía no me oriento muy bien que digamos en el mapa, me explicó que quedaba al oriente de Jalisco y ya medio me di una idea. Pero… y ahí le largué mi pregunta, ¿qué hay en Guanajuato? Y él con su santa paciencia (me gustaría saber dónde la venden porque genético no es) me explicó que había esto y aquello, que momias, El Pípila, El callejón del Beso, túneles, ciudad colonial, etcétera. No le creía que todo eso estuviera en un mismo lugar.
Me costó un poco despertarme ese día pero al ratito estaba con todas mis pilas, ¿o fue la cara de perro que puso mi esposo? No recuerdo bien. Total que desayunamos y pasamos por mi suegra y mi sobrina. Aclaro que no fueron el mal tercio porque no íbamos en plan romántico sino que era un viaje más bien de aventura.
Y allá fuimos. Estaba muy ansiosa, sería un camino de algo más de dos horas.
Podía verse cómo el paisaje iba cambiando, supongo que estaba a mayor altura porque de tanto en tanto se me tapaban los oídos.
Se veían cerros, en particular uno que parecía que lo hubieran cortado por la mitad; todo era hermoso y algunas partes se parecían a paisajes de Argentina.
Todo estaba bien menos la carretera, para lo que cobran y la cantidad de vehículos que por ahí pasan, es un robo.
De repente me dicen que habíamos llegado. Al entrar en la ciudad, varias personas al costado del camino nos hacían señas. Resultaron ser guías turísticos. Después me di cuenta (mucho después) que nos reconocían por las placas de nuestro auto que eran de Jalisco, y es que allá, en mi país, no hay distinción, todas son iguales. ¡Ya decía yo que no era por la cara de turistas!
Menos mal que uno de esos guías nos llevó a la ciudad porque se me descompuso la brújula mental con tantas vueltas. El muchacho nos explicaba que en Guanajuato por ser Patrimonio Cultural de la Humanidad, y con el fin de mantenerlo como ciudad colonial, no hay un solo semáforo, ni letreros luminosos en el centro.
Era de no creer eso de pasar por los túneles y ver que allí adentro había autos estacionados y hasta paradas de camiones. Llegamos al centro y dejamos el auto en el estacionamiento para comenzar el recorrido.
Pagamos nuestro tour pero como saldríamos un par de horas después, fuimos a conocer el Callejón del Beso. En cada lugar había guías que por la propina le contaban a uno qué había pasado allí. Resulta que tenía que besarme con mi amor en el tercer escalón y que si no lo hacíamos tendríamos no sé cuántos años de mala suerte y que mi esposo se volvería “jotito” ¿me habrá besado por supersticioso o por demostrar su hombría?
Pero la cosa no termina ahí, además nos explicaron las distintas clases de besos.
Beso del árabe: saliva va, saliva viene pero con la lengua se entretiene.
Beso del torero: oreja, cachete y agarrando el rabo.
Beso de la paleta: chupar y chupar hasta sentir llegar al palito.
Beso del microondas: 5 segundos y ya están calientes.
Beso del estropajo: un beso arriba y un beso abajo (del balcón, no sea mal pensado).
Beso del tamal: con un pedacito de carne adentro.
Beso del policía: agarrando la macana…
Y así uno tras otro. ¡Ay Dios! Era inevitable reírse con cada uno.
Luego seguimos con el Mercado Hidalgo donde compramos algunas artesanías para tener de recuerdo. Almorzamos y partimos con otras 8 personas a distintos lugares. Los caminos de la ciudad son muy estrechos y empinados, por momentos sentía que nos daríamos contra otro vehículo.
Empezamos por el Templo de Valenciana, que es una de las iglesias más adornadas de México, con muchos detalles en oro y construida en el siglo XVIII. A un costado había un museo que exhibía distintos instrumentos de torturas de la época de la inquisición. Más de una mujer actual se salvó de “vivir” en aquella época, resulta que las mataban por no haberse casado antes de los 20 años. Pero había para todos, para infieles, homosexuales, para los que hablaran mal de la Iglesia, etcétera. No sé ni por qué entré a ese lugar; a otros en cambio parecía divertirles todo lo que decían, incluso se ponían en la horca para tomarse fotos. ¡De terror ese humor negro!
Por suerte el siguiente destino fue una dulcería. Uno podía probar todo lo que vendían allí, nos dieron distintos licores para degustar y fue unánime, ganó el rompope. Todos salimos con alguna comprita, como no puedo tomar alcohol, me tuve que conformar con un rollo de durazno con almendras y unas bolas de coco.
Luego fuimos a la mina El Nopal, nunca había entrado en una y sentía curiosidad. Al entrar nos dieron nuestros cascos protectores. Se sentía frío y caía agua del techo. Había que caminar con cuidado para no caerse. El guía nos relataba sobre las condiciones en que trabajaban los pobres mineros. En aquel entonces era el único trabajo posible en Guanajuato y los trabajadores morían muy jóvenes, accidentados o por enfermedad.
Como se estaba haciendo un poco tarde, en vez de ir al museo donde están las momias, nos llevaron a la Casa de la Tía Aura. Ya nomás con ver unas gárgolas con colmillos y alitas de murciélago, uno podía imaginarse lo que se venía.
Era una casona del siglo XVIII ambientada con efectos de luces y sonidos donde una voz, la de la tía Aura, relataba lo que allí había sucedido. Un crimen. Ya me había dado la garrotera como al chavo del 8, estaba todo oscuro y el guía tenía voz de ultratumba. Cuando estábamos en el baño de esa casa, se oyó un fuerte ruido simulando el momento en que matan a la sobrina de Aura y pegué un grito ¡la p… madre! Dije sin querer queriendo. Por suerte la casa era pequeña y salimos pronto.
Para terminar nos dejaron en el monumento al Pípila que se encuentra en un punto con vista panorámica hacia la ciudad con sus casitas multicolores y edificios históricos.
Como le tengo terror a las alturas tomamos algunas fotos nomás y al estar nerviosa porque mi esposo se hacía el chistoso con eso de que se sentaba en el borde de un pilar, me olvidé de tomarle una foto al Pípila y tuve que hacerlo desde abajo, en el centro.
Pero no sólo yo le tengo terror a las alturas, mi suegra también; por eso en vez de bajar por el funicular, bajamos a pie por esos callejones estrechos hasta llegar al Teatro Juárez, en el centro.
Ya no tenía más fuerzas para caminar, me quedó pendiente La Alhóndiga de Granaditas y la casa de Diego Rivera. Prometo volver.
Guanajuato, una ciudad preciosa, Patrimonio Cultural de la Humanidad. No apto para cardíacos o personas con pie plano.
2 Comentarios
Ale, gracias por hacer que Flavia se sienta bien y llevarla por todos esos lugares que se ven hermosos y envidiosos.
ResponderBorrarFelicitaciones Fla eescribis hermoso.
nn ng n gcnn dnbbbbb(eso dice Matias)ja ja
Besos con cariño flia Oliva
Gracias a ustedes por aceptarme como parte de su familia y por acordarse de nosotros aunque estemos tan lejos.
ResponderBorrar¡Un saludo para todos!