+ Con la ida al zoológico hasta el hambre se olvidó
+ ¿Me compraré una lanza? Mmm… Creo que mejor, no
Por Flavia Bustamante
Hay días en que uno siente que tiene muchísimas energías y buena onda que lo común. Eso pasó la semana anterior y no dejaría que nadie echara a perder ese viernes.
Estábamos en Guadalajara y le pregunté a mi esposo que a dónde podíamos ir a pasear, tenía ganas de conocer algún lugar y el día estaba lindo, él dijo que no sabía pero me preguntó si tenía algo en mente. Días anteriores leyendo Mural vi algo que dije que debía conocer, y como quien no quiere la cosa le pregunté: ¿Y si vamos al acuario que se inauguró hace poco en vez de ir a un restaurante donde nos arranquen la cabeza (por los precios)? Hubo quórum, creo que lo convencí con mi cara de perro mojado pero da igual. Hacia allá fuimos.
No sabía que el acuario estaba en el Zoológico de Guadalajara y aunque no soy amiga de esos lugares porque siempre me pareció que los animales estuvieran tristes allí, pero bueno, la cosa era conocer un lugar y traté de no pensar en eso.
En el camino se nos ocurrió que podíamos comer unas hamburguesas. Pasamos por un McDonald’s y seguimos pasando… nunca paró. La cosa es que mi esposo pensó que era buena idea hacerlo después del paseo y yo pensé que lo mejor era antes. Llegamos a nuestro destino, mi panza hacía ruido del hambre pero se me olvidó (por un rato).
Sentí mucha emoción porque me encantan los lugares donde hay muchos árboles y el verde predomina.
Cuando fuimos a sacar nuestros boletos vi que se podían hacer muchas cosas en el Zoo y optamos por el pase Premium para recorrerlo todo.
Creo que la idea del paseo fue buena, lo que no fue bueno es que no se nos ocurriera antes de salir de Tepa y llevar así ropa adecuada o al menos unas gorras para que el sol no nos pegara tan duro al mediodía.
La entrada es preciosa, y hacia abajo se veían cientos de escalones acompañados por una fuente con monos hecha por el artista Sergio Bustamante, que no es mi pariente aunque tengamos el mismo apellido.
Lo primero que hicimos fue ir al acuario, si bien habíamos ido a otro en Veracruz, éste también estaba muy bonito, se notaba que todo era nuevo. Había muchas especies de peces, pero sin duda se llevan el primer premio un túnel totalmente transparente donde uno al pasar por donde mire, incluso hasta el techo, se ve el agua con peces de muchos colores y el premiado a mi gusto, es el sector de los tiburones y mantarrayas, todo mundo se tomaba fotos allí o lo filmaba. Dentro del acuario corre una brisa de aire acondicionado ambientado con sonidos de olas de mar. Me encantó.
Luego del acuario, el calor ¡Ay Diosito! Por la sombrita seguimos hasta donde pude conocer a los canguros. Nunca había visto uno en vivo y en directo y justo estaban echados a lo lejos y nomás se les veían las orejas. Volvimos al rato y por lo menos uno se había parado a comer, se veía tan bonito, parecía de peluche. Luego él miraba hacia donde estábamos y unas ardillitas aprovecharon para sacar algo de comida.
Fotos por aquí, fotos por allá. A los monos, flamencos rosados, al paisaje. Todo muy limpio. Sólo se oían a los pájaros, parecía que no estuviéramos en la ciudad.
A mi marido se le dio por comer unas papas fritas pero a mí no se me antojaba nada de nada. Eso creía yo hasta que mientras él con sus papas y yo pensando qué podía comer pasé por un banco donde una señora sentada comía un helado de chocolate. Hice como que no veía pero me alcancé a escuchar cuando en una mordida el chocolate crujió. Habré caminado como diez metros y creía seguir escuchando ese crujido. No me aguanté y volví, parecía que no llegaba más al puesto. Buscaba un helado como ese y cuando me dijeron que era de banana bañado en chocolate no me resistí ¡lo comí con tantas ganas! Que con eso se me pasó el hambre y pudimos seguir el paseo.
Tomamos el tren del zoo que nos llevó a recorrerlo y así nos evitábamos tanta caminata. A todo esto ya se había nublado, por suerte. De repente había mucha gente paseando allí. Supongo que habrá sido por eso que el tren nos llevó muy rápido, no podíamos tomar ni una foto, bajaba un poco la velocidad cerca de los animales. “Y a su derecha el tigre de Bengala” se oía de la guía, traté de pararme un poco para tomar filmarlo, “no se pare, por favor” ¡Bah! Sólo filmé las cabezas de las personas que iban delante de mí gritando ¡órale! cada vez que me perdía de ver un animal. Igual fue cómico.
Mejor nos bajamos en una de las estaciones y fuimos al broche de oro: El Safari. Sólo esperaba que no fuera en un trencito como el anterior, digo, por la velocidad nomás.
Llegamos como a una aldea africana, así estaba ambientado, no tuvimos que esperar mucho hasta que llegara nuestro camión para el paseo. Nos ubicamos en nuestros asientos y los guías nos dieron zanahorias para darles de comer a las jirafas. ¡Eso sí que tenía que filmarlo! Jamás imaginé conocer una y menos, poder alimentarlas.
Este camión ya hacía el recorrido más lento porque pasábamos entre los animales, a veces parábamos porque se cruzaban. La guía nos daba la bienvenida en castellano y en el idioma de la tribu Masai Mara, hasta ella vestía un traje largo de muchos colores y varios collares colgaban de su cuello. Nos contó historias muy graciosas. Dijo que en esa tribu las mujeres se colgaban collares y que a mayor cantidad significaba que más desesperada estaba para casarse. Todo el mundo reía al verle los que ella traía.
Por fin llegamos donde estaban las jirafas, el camión se detuvo por completo y todos extendimos las manos con las zanahorias para que se acercaran. Yo quería llamarlas pero no sabía cómo, no creo que si les decía: ¡Jirafa, jirafa! fueran a entenderme. Pero lentamente se acercaron pudimos tocarlas, estuvimos buen rato ahí, les tomamos fotos, filmamos, son muy dóciles. No faltó el niño mala onda que llorara porque le tuviera miedo.
Seguíamos recorriendo y pasamos por donde estaba un ave que no recuerdo bien cuál era pero lo que destacó fue que era un ave de una especie monógama, que se quedaba toda la vida con el mismo compañero, “no como los hombres Masai Mara que pueden tener hasta doce esposas” –dijo la guía y las mujeres dijeron: ¡Ehhhh! La muchacha aclaró: -pero las mujeres Masai Mara también podían estar con otros hombres, sólo tenían que cuidar de no olvidarse clavar una lanza en la entrada de la choza para que su esposo supiera que estaba “ocupada”- . Los hombres fueron los que abuchearon ahora. Fue muy gracioso el momento. Al terminar el safari bajamos del camión y ahí te vendían lanzas de recuerdo, casi me compro una pero mi marido me miró de reojo y la dejé donde estaba. Para evitar problemas ¿vio?
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