Resignación nacida de la fe ante la muerte de la madre

Por Óscar Maldonado Villalpando

El poeta, padre Benjamín Sánchez Espinoza, perdió a su mamá siendo seminarista en 1947. Él, como insiste en el poema, nació en la fiesta de la epifanía, día de Reyes, 6 de enero de 1923. Se ordenó sacerdote hasta el 6 de abril de 1957. A la pérdida de su madre le hizo un poema dibujando su dolor y la figura más querida. Después de todos sus recuerdos, de las alabanzas, de honrar la memoria llega a esta conclusión, con gran espíritu de fe:

Epílogo Ante Dios

Señor, el caminante de la noche y del viento
ha llegado a los atrios de tu Santa Alegría;
no mancharán mis lágrimas el áureo pavimento
ni saldrán mis sollozos al encuentro del día.

Ya se me hicieron nardos la angustia y el lamento;
y, al golpear las puertas de tu Sabiduría,
se me puebla de músicas el corazón y siento
que el olor de tus cedros llena la lejanía.

Ponme sobre los labios la perfecta alabanza
y escucha la palabra de mi resignación…
¡Oh Rey por quien se vive, Raíz de mi esperanza,
con su atabal de fuego te aclama el corazón!

Por mi Hermana la Muerte, Señor, yo te bendigo.
A fuerza de dolores hube de comprender
que en un terrón germinan la cicuta y el trigo;
que la muerte y la vida nacieron de mujer.
A la Muerte le tengo cariño desde el día
en que vi que del seno de mi madre nacía
y, al nacer, le apagaba la sangre y el latir…
Entre los mismos brazos donde yo me dormía,
la Muerte, como un hijo, se le acostó a dormir…
El nuevo alumbramiento fue cuando amanecía.

Y miré en el azogue de un repentino espejo,
al filo de las lágrimas, desfilar un cortejo
por entre los sabinos de un río de claridad:
eran las formas puras, que en desnudez gloriosa,
integraban el séquito triunfante de la Esposa
en su Asunción al gozo de la Eterna Ciudad.

Cuando el desfile puro llegó a la encrucijada
del país de los muertos, de la esfera nublada,
el alma de mi madre se incorporó al fulgor
y, en un viento de cánticos, por sendas de alegría,
mi madre, de la mano de la Virgen María,
perdióse en la Colina del Verde Resplandor.

Yo sé que, tras la linde de los cerros morados,
trasplantarás sus limpios huesos santificados
que en el bautismo ungiste de incorruptible sal;
allá, tras la hemorragia de los atardeceres,
donde se apaga todo clamor de misereres
y suena el epinicio de la aurora inmortal.

Y después, en el Valle de la Gran Asamblea,
en donde la cosecha de la Muerte blanquea,
sobrevendrá del Hijo la parusía triunfal;
y en los áridos huesos, la carne restaurada
enredará de nuevo su claridad rosada,
como el jazmín enreda su flor en el bardal.

Por mi Hermana la Muerte, deja que te bendiga.
El Sembrador de mundos me dijo esta lección:
que ha de morir el grano para nacer la espiga;
que la Muerte es semilla de la Resurrección.

Una visión de fe, una reflexión mística, y a la vez realista, que cuando un hijo nace también se engendra la muerte, que va allí adosada. Lo bueno es que pasado este trance doloroso, Dios se hace cargo de las almas buenas y, de la mano de la Virgen María, las conduce a su casa, en la inmortalidad.

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