El hijo pródigo

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

En el cuarto domingo de Cuaresma, Jesucristo nos cuenta que un hijo empieza a sentirse aburrido de tener que llevar una vida ordenada. Tiene que llegar a casa antes de medianoche. Se le prohíbe emborracharse.

No puede hablar porquerías ni hacer maldades, ni llevar a casa malas amistades, porque su padre, para su bien, no lo acepta. Y eso le choca. Confunde libertad con libertinaje. Quiere irse lejos donde pueda hacer y decir todo lo que se le antoje. Se imagina que esto lo va hacer feliz.

Al papá se le partía el alma al verlo partir. Todos los consejos fueron inútiles. Se marchó a vivir su vida, a experimentar, a hacer lo que le diera la gana.

Se había llevado todo, todo lo que correspondía en herencia y lo derrocha rápidamente con la despreocupación de un marinero borracho. El papá le había repetido: “No se te olvide que los falsos amigos lo que aman es tu cartera, no a ti”. Pero él no hizo caso a esta advertencia. El pagaba los músicos en los bailes y el trago. El costeaba los coches en los paseos y el almuerzo en los restaurantes. El pagaba la entrada a los teatros y al estadio. Cada mujer fácil le arrancaba cantidades impresionantes de dinero, porque además de ser impuras son tremendamente ladronas. Y… donde se saca y no se echa, pronto se acaba la cosecha.

Y un día fue a pagar el hotel y ya no tuvo con qué. Y tuvo que irse a una prendería o compraventa de ropas y vender su vestid lujoso y cambiarlo por otro feo y viejo y con el dinero que le encimaron, comer esos tres días. Pero el cuarto día ya se había acabado todo. Todo, hasta los amigotes y las amigazas, esa pandilla de sanguijuelas que acuden como moscas hambrientas donde quiera que cualquier imprudente como él exponga los almíbares de su cartera repleta. Y ahora esa nube de zánganos se va a buscar otro tonto porque éste ha quedado exhausto. Ya no les interesa.

Qué retrato tan vivo del estado en el cual quedamos cuando malgastamos los tesoros de nuestra alma viviendo en pecado y derrochando en maldades lo que deberíamos ahorrar para conseguirnos después la gloria del cielo.

Tiene que rogarle a un extranjero para que le permita hacer el oficio más vil para un israelita: cuidar cerdos. Un hijo de una familia rica como la de él ni siquiera le echaba comida a las gallinas. Pero ¿cuidar cerdos? Esos animales cuya carne la Biblia prohibía comer porque es fuente continua de parásitos intestinales….

Y en una cochera tan inmunda y maloliente como eran las de esos tiempos, al aire libre, con centenares de cerdos: entre barro y suciedad… Pero el evangelio añade otra pincelada más: siente envidia de los cerdos y se sentiría contento con lograr siquiera comer lo que ellos tragan… Si… ahí estamos los pecadores, entre los cerdos asquerosos de nuestras maldades. ¡Entre las inmundicias de pecados y vicios! Qué destino tan triste el nuestro. ¡Y que desgracia si no nos apresuramos a salir de esta pocilga infame!

Una idea ha salvado a este joven: sabe que su padre es bueno. Aquí aparece el personaje principal de esta parábola, el ser maravilloso, el Padre, Dios. Cuántos pecadores cuando estábamos entre el charco asqueroso de nuestros pecados, hemos sido salvados por una idea luminosa: levantar los ojos del alma hacia el Dios amoroso que sabe de qué barro hemos sido hechos, y nos comprende y nos perdona y nos vuelve a la vida de la gracia. Es Dios quien atrae al pecador. “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no logremos llegar a ti”.

No pudo el hijo terminar la frase y decir: “Trátame como a uno de tus obreros” porque su padre no le permitió llegas hasta allá, Dios no goza humillándonos ni hundiéndonos más de lo necesario. Le basta nuestra buena voluntad de mejorar nuestro comportamiento y olvida todo lo demás, sepultando nuestros pecados en el mar de su misericordia.

El mejor traje significa que desde ahora entre otra vez a pertenecer a los principales personajes de esa familia. El anillo es señal de amistad especial entre él y el jefe del hogar. El calzado es señal de que ya no es un esclavo o simple obrero, los cuales andaban descalzos, sino un hijo de familia, los cuales vivían calzados.
Con razón esta parábola ha sido llamada la del “Padre bondadoso”. Él lo recibe sin recriminaciones. Lo trata como si nunca se hubiera ido, ni lo hubiera ofendido en nada. El ternero cebado se había guardado para cuando hubiera una fecha de gran alegría y comerlo con todos los vecinos, familiares y amigos. El banquete es en Oriente el modo de celebrar los más alegres acontecimientos de la vida. Allí se reúnen todos los que se alegran con lo que han recibido una bella noticia y todos los que quieren reír con los que ríen por un alegre acontecimiento y los que desean cantar con los que cantan la alegría de un suceso que los ha llenado de regocijo.

¡Démosle a Dios la alegría de confesarnos esta cuaresma!

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