Semana santa


Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com


Después de habernos preparado espiritualmente durante 4 días, por fin llega la semana más importante de todo el año, que nos invita a mirar la cruz de Jesucristo.

Cicerón, famoso escritor romano que vivió en tiempos muy cercanos a los de Cristo, decía acerca de la Cruz: “Amarrar a un ciudadano ya es grave. Azotarlo es mucho más grave todavía. Matarlo es un delito, pero qué diré de la muerte en la cruz? Es una acción tremenda como no se puede describir con palabras, porque no existen palabras que sean capaces de narrar tanta crueldad”. Fue esa muerte, la más temida en el mundo antiguo, la que solamente se aplicaba a criminales y esclavos, la muerte que padeció Jesús.

Los condenados a muerte eran llevados atados hacia al sitio de la crucifixión, y como antes de llevarlos los azotaban, iban tan débiles que frecuentemente se tropezaban y caían.

Jesús salió lastimado y sangrante, con la carne hecha trizas por los azotes, cargando su propia cruz, hacia el lugar donde debería morir. Era cerca de mediodía.

El suplicio de la cruz, además de ser degradante y reservado sólo para los esclavos, era atrozmente doloroso. De todas las muertes, era la de la cruz, la más inhumana. Jesús pasó las últimas horas de su vida en medio de dolores increíbles.

Los clavos ásperos y acerados en pies y manos en extremo sensibles y delicados, producían padecimientos dolorosísimos, que crecían más por el peso del cuerpo suspendido en la cruz, por la forzada inmovilidad del paciente, por la intensa fiebre que sobrevenía y por la gran sed que la fiebre producía. Además: las convulsiones y espasmos, el ahogo, la enorme dificultad para respirar, las bandadas de moscas, tan numerosas en oriente y que llegan atraídas por la sangre de las heridas y causan molestias muy mortificantes. Y sumado a todo esto: los ultrajes de los enemigos, la pena de ver sufrir tanto a su Madre allí presente, y al pensar que para muchos nada les iba a interesar que sufriera tan atrozmente por ellos, y se perderían.

Jesús murió “gota a gota” atormentado sobremanera, pero consolado con el pensamiento de que cumplía la voluntad del Padre y obtenía nuestra salvación.

Los crucificados podían durar muchos tiempo en la cruz, sin morir, porque la hemorragia de las heridas era pronto contenida por la hinchazón de las manos y los pies traspasados por los clavos.

¿QUIEN PADECE? No un malhechor, sino el que “pasó por el mundo haciendo el bien”. El mayor bienhechor que ha tenido la humanidad. ¿QUE PADECE? Todo lo que pueda herir a una persona: el sacrificio de sus propiedades: Hasta los vestidos se los robaron. El sacrificio de su buen renombre: muere entre malhechores. El sacrificio de cada uno de sus sentidos. Sufre en su alma ingratitudes, burlas, tristezas.

Claman los clavos, claman las heridas, diciéndonos a todos que su amor y misericordia no tienen límites. El amor de su corazón se hace patente y manifiesto en as heridas de sus manos, de sus pies, de su cabeza y de su corazón.
Si quiero curar las llagas de mi conciencia, si quiero inundare mi espíritu, ¿qué otro remedio mejor puedo encontrar que la meditación en las heridas que mi Señor ha sufrido para salvarme?
Cuando algún mal pensamiento me atormenta, corro a refugiarme en las heridas de Jesús. Y allí mis pensamientos se purifican y se hacen santos.

Mi devoción preferida ha sido siempre contemplar las heridas de Jesús. Sus manos y pies traspasados, su cabeza coronada de espinas y su corazón herido por la lanza. Esta devoción trae más amor que cualesquiera otra.

San Francisco de Asís se dedicó a pensar con tanto amor en las heridas de las manos y los pies y del Corazón de Cristo. Que se le hicieron patentes en su cuerpo. Una noche en que pedía a Dios un remedio para llenarse del amor divino, oyó una voz que le decía: “El remedio es: meditar en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”. Lo hizo y su amor de Dios se multiplicó por mil.
Y pensar que la Sangre de Jesús derramó en el Calvario por sus heridas, es la misma que recibimos cada vez que comulgamos y que ELLa corre por nuestras venas mezclada con la nuestra. ¿Porqué dar más gracias a Dios?
Jesús es el único ser que antes de nacer ya tenían su biografía escrita con todo detalle. Y hasta la última profecía acerca de Él en los mil años anteriores, ha tenido perfecto cumplimiento. “Todo se ha cumplido”. Ahora ya no le queda por cumplir sino lo último que anunciaron los profetas “No permanecerá en el sepulcro. Reinará para siempre”.

¿Por qué Jesús murió tan pronto?

Los crucificados duraban muchas horas y hasta varios días, agonizando en la cruz. A los otros dos compañeros de Jesús tuvieron que romperles a garrotazos los brazos y las piernas para que se murieran.

En cambio Jesús murió a las tres horas de estar crucificados. ¿Por qué tan pronto?
Un grupo de científicos ingleses ha dicho lo siguiente: El evangelio de San Juan dice que al atravesarlo con la lanza, el corazón de Cristo manó sangre y agua.

¿Por qué sangre y agua, si en el corazón nunca están mezcladas la sangre y el agua? Lo que pudo suceder es lo siguiente: que poco antes de la lanzada se había producido una rotura del corazón. Una especie de estallido del corazón a causa de las inmensas penas morales que estaba sufriendo. Así que Jesís murió con el corazón destrozado, en el sentido verdadero. Al rompérsele el corazón, se produjo una hemorragia interna en el pericardio y los glóbulos rojos se posaron debajo, mientras que cuando el pericardio se abrió por la lanzada, salieron separados, los glóbulos rojos y el elemento acuoso de la sangre. Sangre y agua.

Publicar un comentario

0 Comentarios